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lunes, 20 de mayo del 2024
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OPINION | El Mural por Marcelo Morán

El economista Édison Martínez nunca imaginó que dos periodistas de la revista alemana SBZ Sanitar. Heizungs llamaran a su puerta aquella mañana para entrevistarlo. Era un día de abril de 1993. Los primeros tres años de los noventa habían sido marcados por una serie de eventos que en un parpadear cambiaría la suerte del mundo y Venezuela, Ciudad Ojeda no fue la excepción.

Ciudad Ojeda es la capital del municipio Lagunillas del estado Zulia. Se encuentra ubicada 70 kilómetros al este de Maracaibo. Fue fundada el 19 de enero de 1937 por el presidente de la República general Eleazar López Contreras. Su creación la convirtió en la primera urbe planificada en Venezuela y la primera en el mundo —en pleno siglo XX— en honor de un conquistador español.

Tiene en la actualidad una población cercana a 300 mil habitantes. Su propósito era cobijar a los pobladores de Lagunillas de Agua: una comunidad palafítica que se había establecido de manera anárquica alrededor de los primeros yacimientos petrolíferos explotados por compañías extranjeras desestimado lo que pudiera sobrevenir en caso de producirse una simple chispa.

Lo que se había intuido como una amenaza se cumplió. El 13 de noviembre de 1939 se produjo un incendio de proporciones apocalípticas; era la peor tragedia ocurrida en Venezuela desde el Terremoto de Caracas en 1812. Ardió el lago, y su voracidad causó más de 200 muertos.

Los sobrevivientes fueron reubicados en las primeras 22 casas construidas a lo ancho de los anillos –todavía en ciernes–que empezaban a circundar la plaza Alonso de Ojeda. De aquellas moradas pioneras todavía sobreviven algunas –incluso con su diseño original– y forman parte hoy del patrimonio cultural del municipio.

Ciudad Ojeda, que se encuentra rodeada por cabrias, tanques y balancines, adopta desde el aire una característica diferente al urbanismo tradicional petrolero. Sus tres anillos concéntricos, cortados por ocho calles, que salen y se abren en abanico hacia el horizonte, es la perfecta representación de una rueda de carreta.

A partir de los años cuarenta –estimulada por la fiebre del petróleo– llegó la primera oleada de inmigrantes europeos junto a otro enjambre de venezolanos que contribuyeron a formar un mosaico de culturas e hizo de esta joven ciudad, la más cosmopolita de Venezuela.

Una imagen de Ciudad Ojeda en Alemania –Era un fin de semana cuando la pareja de alemanes se apareció en el Mural más Grande. Ese día solo hallaron al vigilante que montaba guardia –cuenta Edinson Martínez–. Sin embargo, en el escaso castellano en el que se desenvolvían consiguieron pedirle mi dirección con el propósito de explicarle los detalles de la obra.

Una vez en mi casa, en vista del interés que mostraron, les facilité varias fotos y una breve reseña histórica de Ciudad Ojeda que había preparado Manuel Vargas. De modo que rematé la información requerida a través de un corto y complicado cruce de palabras, pues hablaban un castellano enrevesado, al estilo de Tarzán.

Según Édison, ellos habían tenido un encuentro previo en Lagunillas con ejecutivos de la industria petrolera nacional, y cuando pasaban por Las Morochas, observaron con admiración aquel despliegue de colores que se alzaba al cielo y los obligó a hacer una parada para ver de qué se trataba. “Luego de suministrarle la información solicitada, la pareja me preguntó antes de retirarse, la fecha estimada para culminar la obra.

Les señalé el 13 de diciembre, día de Santa Lucía, patrona de la ciudad. Ellos aseguraron que ese en esa fecha tendría en mis manos la edición impresa. Pero el paquete no llegó el 13 como lo esperaba con ansiedad, sino al siguiente día con dos ejemplares de la revista”.

Edison obsequió uno a su amigo Manuel Vargas, diseñador de El Mural y, otro, a la señora Julieta Arriechi, benefactora de la última etapa del proyecto. Para el archivo personal guardó una copia. Para leer el contenido del reportaje escrito en alemán, Edinson Martínez buscó el apoyo del profesor Jesús Casado, un erudito español graduado en Letras en la Universidad de Zaragoza y llegado al país en la década de los cincuenta.

Además de políglota, era un corrector de estilo muy reconocido en los medios periodístico .La revista alemana que circula en varios países de Europa desplegó en las páginas centrales el reportaje con fotografías del mural de Ciudad Ojeda.

Los periodistas no imaginaban que en alguna parte del mundo existiera un soñador como Manuel Vargas, capaz de crear arte sobre una superficie que solo tenía como antecedentes la bíblica Torre de Babel y la encorvada Torre de Pisa.

Cuenta Édison que olvidó preguntarle a la pareja de reporteros sus nombres, “aunque si lo hubiese recordado en aquel momento, no encontraría la manera de conseguirlo en alemán”, me dijo en tono jocoso, cuando en 2017 sostuvimos esta conversación en su despacho en la sede de la Alcaldía de Lagunillas donde fungía como Director General.

Pero ¿Qué inspiró la construcción de este monolito gris? Édison Martínez tuvo el acierto después de completar una de sus acostumbradas caminatas por el sector Las Morochas. Ese día, se detuvo frente al colosal monolito gris de 42,5 metros de altura, construido por el INOS (Instituto Nacional de Obras Sanitarias) en 1962 para almacenar agua.

Pero sus cimientos no pudieron resistir las primeras pruebas de llenado (cedieron varios centímetros) y para evitar futuros riesgos fue abandonado. Desde esa fecha, hasta la escrupulosa observación de Martínez, se erigía como el monumento más insolente a la sed.

Después de aquella visita, que se tornó casi de inspiración divina, Martínez halló un espacio donde memoria y arte pudieran funcionar y al mismo tiempo darle a Ciudad Ojeda un aspecto distinto dentro del monótono paisaje petrolero.

Para ello creó en 1991 la Fundación Ojeda 2000. Para emprender la quijotesca empresa el promotor cultural contactó a su amigo al artista Manuel Vargas: un austero y romántico maestro de 44 años, originario del estado Sucre y formado en la Galería de Arte Julio Árraga de Maracaibo a finales de los sesenta.

Vargas, legionario de una orden de la plástica llamada Nueva Figuración, acudió al llamado y halló en el viejo tanque el espacio idóneo para plasmar su mejor obra y con la cual se le va a recordar por siempre. El sueño de colores Lo primero que se le ocurrió al profesor Vargas fue realizar un muestreo de más de 1.200 fotografías que arrojó como resultado un entorno gris.

Las casas, las cabrias, el pavimento, el lago, tenían la misma tonalidad. Había un predominio de esa valoración en todo el poblado de Las Morochas que obligó al avezado artista a verter su creatividad en una composición que reflejaba su particular manera de concebir el mundo, donde hacía participar a través de un enrevesado juego de trazos y matices complejos la libre imaginación de los espectadores.

“Después de ese sorprendente resultado hubo que hacer una maqueta, a escala, para vaciar el arte y darle cuerpo y alma a lo que sería la nueva referencia visual de la Costa Oriental del Lago de Maracaibo.

Así nació”, explicó Vargas. Manuel Vargas pintó sobre una tela el diseñó que llevaría el mural, luego fue ensamblado sobre un cilindro de madera que había construido un carpintero de la zona con la idea de exponerlo en diferentes sitios de la ciudad junto a otros bocetos que formaban parte de la misma composición.

“La muestra de apertura se llevó a cabo en el Centro Ítalo de Ciudad Ojeda, en Tamare, ante una muy buena concurrencia. La primera obra de la exposición, que consistía en una de las partes del mural, y había sido firmada por Manuel Vargas, fue comprada por un norteamericano de nombre Bill Rhor”, completó Martínez.

En la exitosa muestra había también un lienzo que recogía una panorámica de Las Morochas del artista Roberto Rincón (quien elaboró toda la perspectiva del proyecto) y fuera adquirido por otro empresario local, de origen italiano, y se exhibe hoy de modo permanente en el lobby del hotel América de la ciudad.

Estas propuestas artísticas sirvieron como plataforma para buscar fondos y sensibilizar a otros sectores de la comunidad, que se mantenían escépticos y veían la idea de Martínez como una locura. De modo que en corto tiempo se emprendió una campaña –con apoyo espontáneo de algunos medios de comunicación– a fin de dar a conocer el proyecto en todo su esplendor.

El cilindro que nunca llegó a almacenar agua era un basurero colosal que albergaba desde chatarra de vehículos, archivos muertos del INOS y servía al mismo tiempo como madriguera de una feroz perra recién parida. La limpieza fue una jornada de exigencias épicas, pues no solo se llegó a lidiar con el acecho de la perra, sino con las toneladas de trastos viejos removidos que ameritó el movimiento de once camiones tipo volteos.

Encuentro con José Antonio Abreu En esas largas andanzas emprendidas por Édison Martínez en busca de recursos para el proyecto del mural, llegó a Caracas a presentar la propuesta al CONAC (Consejo Nacional de la Cultura), quien era presidido al mismo tiempo por el Ministro de Cultura, el celebrado José Antonio Abreu.

Cuando se encontraba en la sede oficial, la secretaria le advirtió que, si no tenía cita previa, no sería atendido por Abreu. Sin embargo, insistió hasta ver salir la figura taciturna del ministro. “Eran las tres de la tarde, cuando lo veo asomar. De manera inmediata, me levanto con todas las carpetas y portafolio del diseño de la obra para abordarlo, la secretaria le indica que estoy esperando desde temprano, pero no tengo cita.

Él de manera amable me hizo pasar y le expliqué de una vez con detalles el proyecto del mural. El ministro quedó tan maravillado, que me preguntó: “Tu eres artistas plástico?”. “No, soy economista”, le respondí. El funcionario rió a carcajada y me dijo: “Yo también.

Somos colegas”. Ese encuentro sirvió para que comisionara a otro gran artista plástico de Venezuela: Juvenal Ravelo, para la presentación de un informe minucioso. La opinión del funcionario fue muy favorable, pues a partir de allí consignaron parte de los recursos solicitados.

Dice Édison –como caso anecdótico– que después de transcurrir dieciocho años de aquella reunión, se encontró por casualidad en Maracaibo con Juvenal Ravelo, para quien el tiempo parecía suspendido: “Mira, ¡yo hice el informe!”, dijo fervoroso.

El nombre del mural a comienzos de 1994 la obra de arte de mayor dimensión en el Zulia estaba a punto de terminar. Faltaban algunos detalles menores, como las plantas ornamentales alrededor de la pequeña plaza y otros retoques. ¿Qué nombre debía llevar? La Fundación Ojeda 2000 cursó cartas a diferentes escuelas públicas y privadas con el fin de que los niños pudieran participar y sugerir un nombre para este nuevo símbolo local.

Al cabo del tiempo establecido para la recepción de propuestas (que se tornó caudalosa) un jurado en acto público tomó de una caja que contenía los nombres sugeridos y escogieron: El Mural más Grande, formulado por un estudiante de 5to. Grado del colegio María Auxiliadora.

Al niño ganador se le hizo entrega de una fotografía ampliada de la obra que acababa de darle nombre, y así, quedó para la historia. No solo se aprecia arte en la estructura externa de El Mural más Grande. En su interior se encuentra un holgado salón de uso múltiple con una superficie de 150 metros cuadrados, concebido en la corriente figurativa en el que destacan arcos, que crean una sensación visual profunda dentro de la misma composición, gracias a una técnica conocida como: Perforación virtual del espacio.

Este escenario donde cobran vida los efectos y las sensaciones visuales no tienen límites, fue bautizado como Salón Julieta en honor de la señora Julieta Arriechi, una empresaria de mucho arraigo en el municipio Lagunillas, quien facilitó parte de los recursos para terminar la última fase de esta maravillosa obra, que no solo se convirtió en una suerte de Parnaso para los creadores locales, sinó en un nuevo ícono que desplazó la tradicional imagen de la ciudad, focalizada en la plaza Alonso de Ojeda.

Y así, fue inaugurado el 13 de diciembre de 1994 por la gobernadora del estado Zulia, Lolita Aniyar. El Mural más Grande ha sido testigo en los últimos veinte años de eventos memorables: desde presentaciones de libros, muestra de pinturas, fotografías, conferencias hasta proyecciones de películas.

El Mural más Grande también ha sido motivo de inspiración para poetas, pintores y gaiteros. La joven Angymar Peña –cantante de Ciudad Ojeda– interpretó en 2013 un hermoso tema titulado: Encuentro con San Nicolás, cuyo estribillo dice: San Nicolás/En mi linda Ciudad Ojeda/No hay casas con chimeneas/Por donde sueles entrar/Te espero sobre el Mural/Donde tracé un helipuerto/Para que del firmamento/Yo te vea aterrizar.

El coloso gris absorbió en sus paredes de 2.100 mts cuadrados, 800 galones de pintura (tipo poliuretano) de 200 tonalidades diferentes que garantizaría la vistosidad del arte por un lapso de veinte años. Y así ocurrió.

Después de transcurrir más de dos décadas se requiere la misma cantidad de pintura para restaurarlo y devolverle la antigua vistosidad plástica. Todas las propuestas de creación que reclamaba una metrópoli en consonancia con las demandas de este tiempo lo consiguió Ciudad Ojeda en la figura de esta joya de arte urbano, considerada hoy, la primera en su género en el mundo.

FUENTE Marcelo Moran en Facebook

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