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miércoles, 05 de febrero del 2025
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MUNICIPIO MARACAIBO | Los Espantos en Maracaibo quedaron para contarse: Desde el “pájaro hueco” hasta “novias lloronas” vestidas de blanco

Historias de fantasmas fueron populares entre los habitantes de Maracaibo en aquellos tiempos en que el alumbrado se hacía con lámparas de querosén. «Por ahí sale un muerto», «Por allá sale la llorona», «Yo escuche el pájaro hueco esta madrugada», «ueco, ueco, ueco», «eso es que va haber un muerto en el barrio», fueron los típicos comentarios que se hacían en las populosas barriadas en los años en que ni se asomaba el modernismo.

Eran muchos los sitios que se indicaban como los lugares donde “aparecían muertos”, entre ellas la avenida El Milagro, las cañadas y cerros donde según los cuentistas zulianos, dicen que por las noches se escuchaba una voz lejana que decía: “Bartolooooooo traemeee el cayucooooo”, leyenda muy difundida que nació en el sector de El Bajito, en las costas de El Milagro.

Se trataba de un grito aterrador que trascendía la oscuridad de la noche poniendo a temblar a quienes escuchaban el grito que se supone se originaba de un ánima en pena.

Según el relato de Abraham Belloso, “es el grito del padre de Bartolo en pena quien asesinó a su hijo a machetazos porque éste no le llevó el cayuco a su piragua.

En tiempos de otrora, persignarse antes de salir de la casa por las noches, al escuchar un ruido extraño o al pasar frente a un templo o frente al cementerio, era común y una costumbre muy latina y católica.


Cuando soplaba un viento fuerte, a más de uno se le ponía la piel de gallina y si el miedo era mucho no quedaba otra opción que salir en carrera.
En la Maracaibo de comienzos del siglo XX se veía la ciudad como un vecindario grande en la Venezuela de entonces, con resabios populares y cuentos de camino.

Hablar de televisión y luz eléctrica era una novedad y en las entradas de los llamados zaguanes, que no eran más que espacios cubiertos dentro de una casa que servían como entrada a ella y se ubicaban junto a la puerta de la calle similar a vestíbulos donde se decía que se daban diálogos de espanto y brinco.

Las conversaciones tenebrosas

“A mí me contaron que las casas donde hay morocotas de oro enterradas, se forma una luz que se hace grande cuando uno se acerca”, se decía entre los que escuchaban conversaciones.
“También los que veían luz a lo lejos y engañaba a la gente porque de pronto desaparecía. “Si el difunto no lo quería a uno, te iba a asustar y tenéis que esmollejate duro”, cuentan.

Diosito!, por eso yo no salgo en las noches por Las Veritas”. “Ni yo, porque la otra vez me pareció ver a un ahorcado con mecate y todo por la calle de La Pascua.”
“¡Mi alma mijita! ¿Y vos qué buscabas allá, no sería chisme mi linda?.

En el libro Costumbres, Mitos y Tradiciones del Zulia, se destaca que eran los diálogos propios de la tradición oral y del imaginario colectivo.
Dicen que la ciudad amanecía y anochecía hablando de novias lloronas que desandaban las calles y de gritos terribles en la oscuridad.
Así mismo del pájaro hueco volando bajito con su mala pava y su chillido espeluznante y las horas en vela que muchos pasaron bajo los mosquiteros, arropados hasta las sienes con el calorón. ¡oiste anoche al pájaro hueco?. Alguien se va a morir en la cuadra, se comentaba inmediatamente.


De que vuelan, vuelan


La señora Josefina Márquez, que nació en 1936 y vivió en el centro de Maracaibo, asegura que para los muchachos era prohibido pasar frente a los cementerios después de las 8.00 de la noche. Aunque no le da crédito a los cuentos de brujas y aparecidos, siempre prefirió decir ‘de que vuelan, vuelan’ por si acaso.


Miguel Ocando, que nació en 1932 en los Haticos, dice que siempre escucho el cuento del muerto del Alianza (Club Alianza) y la mujer que aparecía frente a la Cervecería Zulia que dicen que se subía a los carros y desaparecía antes del Hotel del Lago. Guillermo Ávila, un conductor de toda la vida en la ruta de ‘El Milagro’. siempre echaba el cuento, dijo.

En El Empedrao las mayores historias

Precisamente, es en esta parte de la ciudad, donde los cuentos se escuchaban en cada esquina y todavía se hace referencia a las anécdotas entre quienes vivieron ese tiempo. Muchos atribuían el hecho a la cercanía del cementerio que se ubicó a unos metros de la bajada de Pichincha, la más empinada de las vías de Maracaibo desde la avenida Bella Vista y atraviesa en una vertiginosa pendiente todo el barrio de Valle Frío.

Se le decía a los muchachos: «Tengan cuidado cuando vayan a jugar que en la calle San Luis, sale un cura vestido de negro” aseguran los viejos vecinos. Las familias protegían a los niños obligándolos a acostarse temprano para que no los aterrara el llanto de «La Llorona» o los pasos de las brujas sobre los tejados de las casas.

Infinidades de historias por contar que ocuparían demasiadas páginas. La calle del diablo y su extraño origen, El crimen de la caballero, La bailarina sin cabeza en el colegio.

¿Aún creen en fantasmas en Maracaibo?


Las viejas estructuras de la ciudad (casas abandonadas) muchas de ellas deshabitadas y en creciente deterioro, alimentan las historias de espectros y aparecidos que ahora se mezclan entre la creencia popular y el miedo por lo desconocido.

Para historiadores como Ernesto García McGregor, se trata de una forma de alimentación cultural verbal que debe propagarse para nunca desaparecer. Es el caso de la Casa donde se firmó la capitulación que selló la independencia de Venezuela (3 de agosto de 1823), conocida por un asesinato, nunca resuelto, que ocurrió a finales del siglo XIX. Aunque hoy es sede de una biblioteca y su estructura es patrimonio regional el mito permanece.

Cuando mataron a puñaladas a Josefa Caballero, una colombiana que servía en la casa de la familia Valbuena, la sociedad de entonces se mantuvo detrás de un crimen que nunca tuvo rostro responsable. Hoy es todavía un misterio, sobre todo porque durante las investigaciones que se hicieron. Desde entonces, los historiadores rescatan los testimonios de personas que aseguran ver a una bella mujer con vestido verde vagar por sus pasillos de madera.

Algunos funcionarios desde la Casa de la Capitulación aseguraban que por las noches se escuchaban y hasta llegaron a ver los espíritus de esclavos arrastrando cadenas entre los pasillos y habitaciones y al mismo tiempo murmullos y lamentos.

Con la llegada de la luz eléctrica quedaron en el reposo de la memoria citadina, las huellas de aquellos espantos.

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