Indignación y frustración son los sentimientos predominantes en estos tiempos de la cuarentena venezolana. Un malestar muy profundo toma, cada día, más cuerpo en el alma nacional.
A la destrucción material del país, a la hambruna creciente, a la desintegración familiar producida por la diáspora, se suma la sistemática y recurrente humillación que la cúpula roja profiere, en todo momento, a la nación.
Esa humillación se hace patética con la forma como, desde los escaños del poder, se pretende justificar la tragedia. El ciudadano común sabe que Maduro, su corte de cómplices, operadores comunicacionales y agentes políticos lo quieren tomar por estúpido. Produce estupor el cinismo con el que el gobierno usurpador asume la vida cotidiana. Además de la ira que este comportamiento genera, se produce en paralelo, un sentimiento de frustración por la continuidad del régimen criminal, que nos ha traído a esta situación.
Apreciar que pasan los días, los meses y los años, y la misma camarilla se aferra al poder, recurriendo, cada vez con mayor desvergüenza, a cualquier método, manipulación o maniobra, sin detenerse en miramientos de orden ético o jurídico, va mellando la confianza de la gente en encontrar una solución que permita expulsarlos del poder.
La continuidad en la usurpación y en la vejación produce esa frustración. Sentimiento que va trasmutando en malestar, rechazo y rabia, también, hacia todos los que actuamos en el campo de la política opositora. La gente tiene razón en sentirse molesta con la oposición política. No porque respalde la del régimen. Ya me he referido a la ira existente contra ellos. Su malestar deriva, en primer lugar, de no haber logrado hasta la hora presente, el anhelado cambio político; pero en segundo término, al apreciar el cúmulo de errores, egoísmos, rivalidades y corruptelas que han venido ocurriendo en el ejercicio de la conducción en sectores de la oposición política o en representantes elegidos en la plataforma de la unidad democrática.
Un régimen criminal como el que padecemos, no se detiene a la hora de corromper a personas, bien para que se sometan acríticamente a su directrices, o bien, para que simulen una postura opositora, convirtiéndose en verdaderos caballos de Troya en el seno de la sociedad democrática.
Tampoco se detienen para evidenciar y magnificar las miserias humanas que, en diversas ocasiones, surgen en los grupos humanos; máxime en el mundo de la política, donde es muy fácil advertir, por su naturaleza pública, estos anti valores.
Los ciudadanos perciben las rivalidades del liderazgo, su poca disposición al diálogo y al encuentro. Captan los comportamientos sectarios. Los afanosos movimientos por el predominio personal y grupal, y por consiguiente, las conductas sectarias y excluyentes.
La perversión de la dictadura, su enfermizo aferramiento al poder, por un lado, y la ineficiencia disolvente de la oposición, han producido este cuadro de indignación y frustración que percibimos en la población.
Todo ello se convierte en un repudio a la política. Los ciudadanos no se detienen a evaluar cada conducta. A pensar en constructos sociales y/o en estrategias de articulación para la acción. Por el contrario se refugia en sí mismo, en una inaudición, que lo lleva a rechazar todo lo político, por considerarlo la causa de su desventura personal, familiar y social.
La anti política vuelve y toma cuerpo. La gente olvida que por esa ruta del rechazo a lo político, caímos en manos de un militar resentido, forjador y ejecutor de este cuadro de desolación al que hoy asistimos. Vuelven de nuevo a aparecer las personas que buscan al “mesías”, al “líder”, que debe venir para salvarnos. Para nada confían en partidos, sindicatos, gremios u organizaciones.
En el imaginario colectivo, cada persona idealiza a ese nuevo “líder”. Hay quienes lo quieren totalmente nuevo. Que no sea ninguno de los que en el pasado remoto o reciente haya ejercido la política, tampoco la generación joven que ahora, bajo la conducción de Juan Guiado, tiene la batuta. Alguien que “no sea político”, me decía, en días recientes, una dama.
Me tocó recordarle que uno así, que no fuera político, nuevo, diferente, lo habíamos tenido ya. Ella me respondió: no, eso no ha ocurrido. De nuevo tuve que recordarle. Ese personaje no político, contrario a la política, joven, nuevo y carismático fue Hugo Chávez. De repente surge otro, que resulte cómo él. Una medicina peor que la enfermedad. Alguien dirá: peor de lo que estamos, ya no vamos a estar. Y es menester, también recordar, que siempre se puede estar peor.
Se trata de un estado emocional complejo. Donde la razón, el análisis de la complejidad de la geopolítica mundial, la dificultad de lidiar con régimen autoritario, tienen poco espacio. La mayoría de nuestros ciudadanos analizan el escenario a partir de las reglas de la política democrática normal. Por ello, no comprenden que la agonía se prolongue de forma tan protuberante.
Corresponde entonces, en primera y fundamental instancia, a todos quienes hacemos política, y especialmente a quienes sostenemos la oposición a la dictadura, revisar la política, y regresar a ella. Si, regresar a la política, porque en estos meses hemos estado ausentes, extraviados, escapados de la política. Hemos caído en la inercia de la descomposición del país, a la espera de que su desplome traiga consigo el de la dictadura.
Volver a la política significa revisar el camino andado. Restablecer el diálogo y la confianza entre los factores y liderazgos que luchamos frente a la dictadura. Detener la pugnacidad absurda que consume nuestras energías. Entender que mientras Maduro y su camarilla se mantengan en el poder, no hay proyecto político, personal o partidario, que pueda prosperar.
Asumir que la nación yace moribunda y no está para continuar la ruta de la improvisación y la piratería. Mientras esto no ocurra, la gente continuará sumida en la frustración, será presa fácil de aventureros y oportunistas, y continuará rechazando la política. Sin entender, y sin podérsele exigir comprensión, respecto a la necesidad de la política. De política con grandeza, la que se hace con decoro, con amor a la gente.
Recomponer la política pasa por asumirla con tal seriedad, que los actores no pueden seguir haciendo dibujo libre o juego individual. Entender que no toda la estrategia puede ser objeto de debate público. Los venezolanos no podemos esperar rectificaciones de la camarilla usurpadora. Allí no hay posibilidad alguna de gobernanza. La exigencia está planteada para los sectores de la oposición democrática. Rectificar y rescatar la política es una tarea que no admite dilaciones.