«Los hijos de Ramón Valdés me contaron que él no necesitaba guión. Llegaba al camerino, tomaba el libreto y lo doblaba como si fuera una servilleta… Y luego hacía lo que quería. Pero no era una falta de respeto, era una muestra de su genio
Roberto Gómez Bolaños era muy estricto con los textos, nadie podía cambiar una coma, excepto él. Porque lo amaba profundamente. Sabía que con Ramón no hacía falta corregir nada. Improvisaba con tanta naturalidad que sus líneas, aunque distintas, siempre captaban la esencia del personaje. Cuando acababan las escenas, les preguntaba a sus compañeras: ‘¿Qué dije? ¿Sí se entendió, no?’ Y claro que se entendía, porque él era Don Ramón, dentro y fuera del set»
Lo más curioso es que había una diferencia de casi 30 años entre él y María Antonieta, pero nunca se notó en escena. Él traía toda la escuela del cine de oro mexicano, tenía ese toque de comedia vivida, bohemia, con tabaco en mano y alma de trovador
Lo bohemio no era moda, era parte de su ADN. Hasta el final de su vida, cuando le diagnosticaron cáncer por el tabaco, él respondió con una sonrisa triste: “Sí, sí, me voy a cuidar… Pásame un cigarro” Se fue de gira con su circo y vivió tres años más. Porque Ramón no actuaba, simplemente era. Era ese tipo de personas que cuando aparecen en tu vida, ya no puedes imaginarte el mundo sin ellos. Y eso, ni la mejor inteligencia artificial del mundo lo puede replicar
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