Esta comunidad, de estructura matriarcal, se ha adaptado a las inclemencias del clima de un desierto con paisajes alucinantes frente al mar Caribe
En el corazón de la península de la Alta Guajira, donde el desierto se encuentra con el mar Caribe, el pueblo wayúu mantiene vivas sus tradiciones ancestrales. Entre ellas, destaca un ritual único que trasciende generaciones: la exhumación de sus difuntos. Este acto sagrado, cargado de simbolismo y espiritualidad, no solo honra la memoria de sus seres queridos, sino que también refuerza los lazos familiares y perpetúa la conexión con sus ancestros.
El reportaje que sigue explora en profundidad esta ceremonia, conocida como el «segundo velorio», desde su preparación hasta su ejecución. A través de los relatos de los propios wayúu, descubrimos cómo cada gesto y cada detalle de este rito se convierte en un puente entre el presente y el pasado, entre la vida y la muerte.
Acompáñanos a conocer cómo este pueblo indígena enfrenta el duelo con una mezcla de solemnidad, gratitud y respeto, en un testimonio vivo de su rica herencia cultural.
En las creencias wayúu el difunto se convierte en el ángel protector de quien lo exhuma.
Los wayúu son un pueblo indígena que habita en la península de La Guajira, la región más nororiental de Colombia, limítrofe con Venezuela. Esta comunidad, de estructura matriarcal, se ha adaptado a las inclemencias del clima de un desierto con paisajes alucinantes frente al mar Caribe.
Habitan en pequeñas comunidades aisladas, predominantemente en chozas llamadas rancherías, construidas con techos de cactus o de hojas de palma, paredes de yotojoro (mezcla de barro, heno o caña seca) y un mobiliario básico que incluye hamacas para dormir y un pequeño fogón para cocinar. Su cultura se caracteriza por sus tradiciones, rituales, organización social y creencias.
Esta tribu conserva una serie de tradiciones y costumbres ancestrales, a pesar de la mezcla entre indígenas y alijunas. Entre estas destaca el ritual de los actos fúnebres, uno de los más representativos de la cultura wayuu. La exhumación de los restos de un familiar tiene un significado especial para los nativos; es un evento obligatorio en el que los restos del difunto se depositan junto a los de sus ancestros.
Con este rito, los aborígenes reviven el primer velorio y los sentimientos experimentados en ese momento. Carolina González, miembro del clan Epiayu, explicó: «Para nosotros es un segundo velorio. Nos reunimos toda la familia, generación tras generación; lloramos y recordamos a nuestro familiar, quien siempre estará presente en cada uno de nosotros».
Mayormente, el difunto, en vida, exige a un pariente ser trasladado a su tierra natal, donde se encuentra con sus antepasados en un camposanto privado que cada familia posee. Los indígenas organizan con antelación el popular «segundo velorio». En esta planificación evalúan quién es la persona apta para desenterrar el cadáver, compran víveres al por mayor, licor y engordan ganado para agasajar a los invitados.
González afirmó que, para la realización de esta ceremonia, es importante que el fallecido haya solicitado en vida su exhumación a algún familiar. De no ser así, el deseo debe nacer del corazón del pariente. «Nuestro ser querido pide en vida que lo exhumen, ya sea verbalmente o en sueños. Si yo aprecio mucho a mi pariente, digo: «Yo soy quien lo va a exhumar cuando muera o quien lo va a bañar al fallecer»». González agregó: «Quien lo exhume recibe una bendición. En nuestras creencias, esto es una especie de protección; el finado pasa a ser el ángel protector del exhumador».
El pariente encargado de desenterrar el esqueleto es preparado emocional y espiritualmente con tiempo. Una vez en la tumba, el exhumador extrae la urna, solicita permiso al muerto para la exhumación y rocía ron al ataúd para despertar el espíritu. Según Andreina, este procedimiento es necesario para despertar el espíritu del consanguíneo y no el de otras almas, dado que al estar el resto cadavérico en un cementerio pueden levantarse otros espíritus.
Tras recibir la autorización del fallecido, el exhumador se coloca guantes, pañoleta o gorro, tapabocas y vierte chirrinche (licor ancestral wayuu utilizado como formol en La Guajira) en una totuma o taza. Con un pañuelo blanco humedecido en ron, limpia cuidadosamente toda la osamenta, iniciando desde el cráneo hasta el último hueso. Luego, colocan los restos sobre una sábana blanca dentro de un cofre, lo sellan y lo entregan al familiar más cercano. Finalmente, botan la ropa y bañan al pariente encargado para «sacarle» el espíritu del fallecido.
Según González, al realizar este ritual, el familiar que ejecuta la exhumación renace espiritualmente con una fuerza poderosa transmitida por el difunto. La persona que exhuma no puede dormir porque, según las creencias, el espíritu del muerto no descansará, impidiéndole tener «Jepira» (encuentro) con sus ancestros. González explicó: «Se dice que el alijuna, después de la muerte, va al cielo y tiene un encuentro con Dios. En nuestras creencias, el encuentro no lo tenemos con Dios, sino con nuestros antepasados».
Durante la noche posterior a la exhumación, el pariente no puede dormir. Es acostado en un chinchorro junto al cofre con los restos, mientras un «piache» le habla y canta en idioma wayuunaiki para mantenerlo despierto. A partir del día siguiente, debe guardar reposo durante uno o dos meses, tiempo en el que no puede consumir frituras, mantener relaciones sexuales ni rascarse la piel con las manos; en caso de picazón, debe usar un «palito». Para los wayuu, respetar estas reglas es fundamental para que el espíritu del familiar descanse en paz y se reencuentre con sus ancestros.
González comentó que, para los alijunas, esta tradición puede parecer una fiesta, pero no lo es. Detalló que, para ellos, es muy importante atender a quienes los acompañan en este momento tan significativo. «Por eso compartimos comida y bebida; es una forma de agradecer su presencia».
En esta ceremonia, los wayúu sacrifican vacas, chivos y ovejas, y preparan asado, sopa de res, café, entre otros alimentos, para ofrecer a sus familiares, amigos y allegados. Pasan un día con el difunto en la ciudad donde murió y, al día siguiente, viajan a su tierra natal en camiones 350 o 750, llevando los cofres con los restos, agua dulce, licor y alimentos en cantidad.
Al llegar, se reúnen todos los familiares. Tras darle cristiana sepultura, los parientes duermen en el panteón, donde también están enterrados todos sus ancestros. Para los indígenas, el tiempo de exhumación depende del estatus económico de cada familia; algunos lo realizan a partir de los cinco años.
En la cultura wayúu, la exhumación es un encuentro familiar en el que se vive un momento de júbilo. Es una forma de honrar a sus difuntos y manifestar respeto a sus tradiciones y costumbres.
Texto y fotos:
Rosell Oberto/Pasante
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