Extranjeros y comerciantes hicieron excéntricas viviendas. El de ‘Roncajolo’ fue considerado el edificio más grande de la ciudad. En sus instalaciones funcionaron las oficinas de la trasnacional petrolera Shell en los años 20. Otras residencias fueron atractivas por sus estilos arquitectónicos. Muchas solo existe en la historiografía y el recuerdo. Zulia Histórica en NAM te trae esta fascinante historia.
Como si se tratara de millones de descendientes de una monarquía, grandes casonas, palacetes y villas se convirtieron en hogar de algunos de los habitantes de la Maracaibo de principios del siglo XX. Sobre colinas y en las principales calles de la urbe, se levantaron imponentes construcciones que conjugaban rasgos europeos y detalles caribeños en una ciudad que progresó rápidamente.
Las ‘casas grandes’ como se conocían entre la población que veía transcurrir sus días bajo techos de tejas o enea, se convirtieron en símbolo de opulencia y prosperidad de la clase comerciante y gubernamental de la región.
Cambió el paisaje
Los rasgos arquitectónicos de las residencias, en su mayoría propiedad de inmigrantes, marcaron la diferencia a las de bahareque y paredes bajas, pegadas unas a otras en las que vivía la mayoría de la población en el casco central.
En palabras de la arquitecta Lelia Cuenca, “la venida de extranjeros ayudó a conformar una serie de edificaciones con parámetros propios de sus lugares de origen que se enriquecieron con los detalles de lo local y contribuyeron a variar los estilos y tradiciones”.
Para Cuenca, esto contribuyó a crear ejes como la carretera Unión, Bella Vista y Los Haticos, donde proliferaron estas casonas. “Cambiaron el paisaje de la Maracaibo que estaba constituida de manera muy tradicional, también influyó en la disposición de las parcelas al pasar a ser edificaciones individuales, incluso, su disposición interna varió. La mayoría se edificó en lo que se llamó la otra ciudad y así se inicia la expansión hacia otras zonas”.
Sitios de descanso
El hecho de que casi todas las villas y palacetes se ubicaran en las afueras del casco central, se debe a que en esos lugares la brisa y la cercanía al lago completaban el ambiente de relajación buscado por los extranjeros y familias acaudaladas que escogieron Los Haticos y luego El Milagro como sitio de establecimiento.
Lo que en principio fue zona de hatos y casas de bañó, pasó a ser residencias permanentes. En su libro ‘Vivir en la Maracaibo del Siglo XIX’ Nilda Bermúdez cita la descripción de Elizabeth Gross sobre su hogar ubicado en el sector La Ranchería al final de Los Haticos:
“Posee una construcción central y dos alas laterales. A derecha e izquierda de la parte central hay, de cada lado, cuartos de huéspedes y a todo lo ancho de la casa hay una sala grande. Detrás está el comedor (…) A la derecha del comedor hay una pequeña despensa y luego viene un ala de trabajo en la cual están la cocina y otros cuartos necesarios. Delante de la cocina hay una gran terraza techada. A la izquierda del comedor queda el cuarto de costura, una habitación grande para los niños y nuestro dormitorio, también con una gran terraza techada en la cual nos sentamos en la noche en nuestros mecedores.
El palacio
Pero, las construcciones fueron más allá y alcanzaron, incluso, el rango de palacios como el de ‘Roncajolo’ en Los Haticos, donde luego se levantó el edificio del INCE.
Fue adquirido por Juan Roncajolo, constructor de ferrocarriles y cabeza de la familia que administró el Sistema Ferroviario del Táchira. Él habitó el lugar con sus hijos, entre ellos, Benito y Luis Roncajolo, quienes fueron presidentes del Zulia.
Posteriormente fue vendido y funcionaron allí, para 1922, las oficinas de la Shell, pasando a ser un edificio de uso comercial y administrativo del desarrollo petrolero local.
Según Armando Medina, del barrio El Poniente, “en esa casona se realizaban fiestas lujosas. Hasta tenía un muelle que entraba al lago y casas para que los bañistas se cambiaran”.
El de Roncajolo, fue considerado el edificio más grande de Maracaibo en esa época.
Palacete Da Costa Gómez
Aún en pie, como negado a morir, pero en total ruina, el palacete fue una morada levantada con amplios detalles de arquitectura y mezcla de estilos que se convirtió en un llamativo edificio de tres niveles que, como se dijo, por la excelencia en su construcción y pese al abandono, sigue erguido al final de la avenida Doctor Portillo.
Fue la residencia del gobernador del estado Vicencio Pérez Soto, en 1928, pero, su construcción estuvo impulsada por un comerciante y empresario de origen judío.
La estructura fue conocida como el Palacio de Loyola o Palacete Da Costa Gómez. Cuenta entre el inventario del patrimonio arquitectónico de Maracaibo y tenía más de 16 habitaciones y detalles en estilo barroco, clásico y art vouveau.
Villa Carmen y Quinta Pardí
En la misma década del 20 fue construida Villa Carmen. Sore la ransitada avenida Bella Vista, entre las calles 75 y 76. Consta de dos plantas y una torre lateral con techo a cuatro aguas.
La Facultad de Arquitectura de La Universidad del Zulia (LUZ) describió que fue levantada por un comerciante italiano. Al explicar su concepto, señala que “expresa la incorporación de un lenguaje neopaladiano con pórticos y atrio central con cúpula”.
Otra de las casas grandilocuentes de Maracaibo fue la Quinta Pardí: Villa Ernesta, situada en El Milagro, que poseía balneario propio. También la Villa de los Leonardi, al final de la carretera Unión, sobre el acantilado en el cual se construyó Banco Mara.
Castillo de Lucas Rincón
Para 1939, el comerciante Lucas Evangelista Rincón, erigió su casa de habitación como símbolo de su riqueza al construir un castillo entre las avenidas Bella Vista y Santa Rita.
El conde de Bocanegra, quien encabezó los negocios de los tranvías y obtuvo la concesión de la empresa Ford para la región, utilizó 10.000 metros cuadrados para levantar la estructura que, entre otras características, poseía torreones en las cuatro esquinas, murallón y escudo de armas.
Se comentó que, internamente, tenía fuentes, decorados jardines y un amplio lugar de residencia que desaparecieron con el paso de los años. Hoy se mantienen en pie, el murallón y las torres.
NAM/Rafael Márquez/Viejo Zulia
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