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martes, 30 de diciembre del 2025
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MUNICIPIO MARACAIBO | Murió «El Último Patiquín» a los 95 años

Maracaibo llora a su vigía de tradiciones: se apagó Manuel Nelson, “El Último Patiquín” de la Plaza Baralt

Manuel Nelson Chirinos, conocido como «El Último Patiquín» de la Plaza Baralt de Maracaibo, falleció este lunes, 29 de diciembre, a los 95 años de edad.

En el corazón mismo del casco histórico, donde la vida transcurría entre el murmullo de las palomas, el ir y venir de gentes y la memoria viva de la Plaza Baralt, hoy se siente un silencio más profundo. Manuel Nelson Chirinos, el hombre que durante más de 70 años fue conocido como “El Último Patiquín”, falleció este lunes, dejando tras de sí una estela de historias, remembranzas y afecto indescriptible.

Nacido en Dabajuro, estado Falcón, el 17 de junio de 1931, de madre larense y padre trinitario, llegó muy niño a Maracaibo, una ciudad que convertiría en su casa, su escenario y su razón de ser. Desde los siete años se empapó del son del Zulia, de sus colores, de sus ritmos y, sobre todo, de su gente, que con el tiempo lo adoptaría como uno de sus símbolos más queridos.

La Plaza Baralt, epicentro histórico de la vida urbana marabina, fue su altar cotidiano. Allí, entre la sombra de los árboles centenarios, la arquitectura que guarda la memoria de esta tierra y el latido antiguo del comercio, Manuel Nelson se convirtió en figura indispensable: para algunos, un sanador amable que tomaba tensiones, ponía sueros o curaba heridas; para todos, un testigo paciente del tiempo que pasa y no se olvida.

Vestido siempre con elegancia inalterable — paltó o chaleco, corbata impecable, sombrero y zapatos relucientes — caminaba la plaza como quien transmite un legado: con paso firme y sonrisa sincera. Fue la última figura representativa de la generación de “practicantes”, aquellos hombres y mujeres que combinaban saberes médicos y humanitarios en las esquinas del centro, convirtiendo la ciudad en un lugar más humano.

Además de su vocación por la medicina popular, Manuel Nelson fue deportista, boxeador en su juventud, artista de voz dulce y canto elegante, amante del tango y el bolero, frecuencia de melodías que también forman parte del alma colectiva de nuestra Maracaibo de antaño.

Hoy, la Plaza Baralt — ese punto de encuentro donde convergen la historia, la cultura y la cotidianidad marabina — despide a su custodio más entrañable. El último eco de sus pasos resuena entre los adoquines, recordándonos que la grandeza de una ciudad no solo se mide por sus edificios o sus plazas, sino por quienes se convierten en memoria viva, guardianes de nuestras raíces.

Maracaibo pierde a un hijo ejemplar, un hombre sencillo hecho símbolo, un hermano del pueblo que enseñó con el ejemplo que el verdadero arte de vivir está en servir, en escuchar, en acompañar. Ese espíritu — nacido en tierras falconianas, madurado en el Zulia de todos — queda ahora en cada gesto amable, en cada saludo al amanecer en la Plaza Baralt y, sobre todo, en el recuerdo de su gente.

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