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viernes, 22 de noviembre del 2024
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INAMAR: La esperanza que brotó de la adversidad Por: Francisco Kiko Chávez

La era petrolera resonó como un canto de sirenas, atrayendo a Lagunillas un torrente humano en busca de un futuro mejor. Hombres y mujeres, con la esperanza en sus ojos y la fuerza en sus manos, convergieron desde distintos rincones del país, impulsados por un mismo anhelo: construir una vida digna para sus familias.

Tras el devastador incendio de Lagunillas de Agua, las familias desplazadas encontraron refugio en las inmediaciones de los campos petroleros. Allí, en un terreno árido y bajo un sol implacable, se asentaron y comenzaron a construir sus hogares. Comunidades como Campo Mío, Turiaca, Altagracia, Cabeza de Toro, El Indio, Párate Ahí y otras, nacieron de la tenacidad y la esperanza de estas familias pioneras.

Pero, la bonanza petrolera que trajo prosperidad a la región también sembró las semillas de un enemigo inesperado: la subsidencia. El hundimiento gradual del terreno, producto de la extracción del petróleo, comenzó a amenazar la vida de las comunidades asentadas en la Parroquia Venezuela.

Grietas en las paredes, hundimientos en las calles, casas inhabitables: la subsidencia se manifestaba de forma implacable, convirtiendo el suelo en un enemigo silencioso que amenazaba con tragarse sus hogares. La incertidumbre y el miedo se apoderaron de las comunidades, que veían cómo su futuro se hundía junto con la tierra.

Ante la amenaza común, las comunidades de la Parroquia Venezuela se unieron en una lucha por su reubicación. Se organizaron comités, se recolectaron firmas y se realizaron protestas pacíficas. La voz de las comunidades se alzó con fuerza, exigiendo una solución a un problema que ponía en riesgo su seguridad y su futuro.

En mayo de 1987, se dio el primer paso hacia la anhelada reubicación: el traslado de los habitantes del casco central de Lagunillas a la urbanización Nueva Lagunillas. Aunque este hito fue crucial, la lucha por la reubicación de todas las familias afectadas por la subsidencia aún no había concluido. Las comunidades de la Parroquia Venezuela continuaron alzando su voz, exigiendo una solución definitiva para las familias que seguían en riesgo.

En el marco del quincentenario del Descubrimiento de América, el 12 de octubre de 1992, un hito histórico marcó un nuevo comienzo para las familias que habitaban junto al muro de contención en la parroquia Venezuela. Ese día, su sueño de una vida mejor se cristalizó con su reubicación en la urbanización INAMAR.

Este proyecto habitacional no fue producto del azar, sino del esfuerzo conjunto de un equipo multidisciplinario de profesionales de las gerencias de Recursos Humanos, Ingeniería de Desarrollo y Asuntos Legales de MARAVEN e INAVI. Su visión y compromiso inquebrantables permitieron transformar la adversidad de la subsidencia en una oportunidad de progreso para las familias afectadas.

Las primeras personas en recibir las llaves de sus viviendas fueron Minerva Torres, Euclides Cabrera y Juan Vásquez. Aunque con tristeza, tomaron la decisión de abandonar el lugar que los había acogido durante años. Sin embargo, también experimentaron una alegría profunda al dar inicio a una nueva etapa en sus vidas, lejos del peligro constante que los había atormentado por tanto tiempo.

La urbanización INAMAR marcó un nuevo capítulo en la vida de 300 familias afectadas por la subsidencia. Tras años de incertidumbre y peligro, este oasis de tranquilidad y progreso les brindó la oportunidad de construir un futuro mejor.

INAMAR no solo proporcionó viviendas seguras y confortables, sino también espacios para el encuentro, la convivencia y el desarrollo de la comunidad. Un kínder, una cancha deportiva y un parque se convirtieron en puntos de encuentro para niños, jóvenes y adultos, fortaleciendo el tejido social.

En la historia de INAMAR, dos nombres se grabaron a fuego: Juan Valecillos y Magalys Velásquez. No solo vecinos, sino portavoces incansables de las necesidades del sector. Su entrega inquebrantable los llevó a tejer una red de soluciones a los problemas que la aquejaban. Durante años, su compromiso fue un faro que iluminó el camino hacia un futuro mejor para la comunidad.

INAMAR es un ejemplo de cómo la colaboración entre diferentes actores puede generar resultados positivos. La unión de las comunidades, la empresa privada y el gobierno permitió transformar una situación de riesgo y peligro en un refugio de paz y tranquilidad.

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