El ciclo festivo venezolano post-Navidad se articula en torno a la catarsis, y el Día de los Santos Inocentes emerge como el foco de la inversión social y el humor colectivo. Esta fecha, que conmemora un evento religioso, se transforma en un rito nacional de transgresión temporal mediante las «inocentadas» y vibrantes manifestaciones folklóricas regionales. Este desorden permitido opera como una liberación de tensiones antes del inicio del nuevo ciclo, reforzando la resiliencia social del país
La temporada navideña en Venezuela es un vasto y complejo ciclo festivo que se extiende formalmente hasta el Día de la Candelaria (2 de febrero), priorizando la cohesión familiar y comunitaria. Dentro de este marco, el periodo entre el día de Navidad y la Nochevieja no es un simple interludio, sino un tiempo ritualmente cargado.
El 28 de diciembre, conocido como el Día de los Santos Inocentes, se destaca como un día clave de este ciclo intermedio. Aunque la fecha conmemora un evento religioso—la matanza ordenada por Herodes I—su celebración social se enfoca en la «locura, diversión y mucho color». Esto lo convierte en un rito de transgresión temporal, permitiendo una suspensión momentánea de las normas.
El rito más común y extendido a nivel nacional es la «inocentada», una práctica que inunda el ambiente de risas y alegría. Las «inocentadas» implican realizar bromas a familiares y amigos, buscando sorprender y divertir a otros con acciones inesperadas. Ejemplos comunes incluyen difundir noticias falsas o exageradas, o incluso servir un café con sal a un conocido.
La inversión social como mecanismo catártico
Este mecanismo de inversión controlada suspende temporalmente el orden y la verdad en favor de la jocosidad. El desorden permitido de esta fecha actúa como una poderosa descarga catártica, ayudando a liberar las tensiones acumuladas a lo largo de los doce meses que están a punto de terminar.
El análisis antropológico confirma que el desorden simbólico del 28 de diciembre es preparatorio. La risa y la transgresión emocional preparan a la comunidad para el ritual más serio de prognosis (búsqueda de la suerte) y la purificación física que se realiza el 31 de diciembre con la quema del Año Viejo.
La festividad del 28 de diciembre concentra algunas de las manifestaciones folklóricas regionales más coloridas e importantes del ciclo decembrino. Estas celebraciones son conocidas popularmente como las fiestas de «locos y locainas«, marcadores de identidad cultural y participación intensa.

Tradiciones regionales: los Zaragozas y Locainas
En el estado Lara, específicamente en la población de Sanare, tiene lugar la reconocida festividad de Los Zaragozas. Este rito obliga a los participantes a disfrazarse con ropajes llamativos, formando parte de desfiles que implican una inversión simbólica de roles dentro de la comunidad.
Asimismo, en Caicara, estado Monagas, se celebra El Baile del Mono, una danza ancestral de regocijo popular. Esta danza es liderada por un personaje disfrazado que guía a la comunidad en la celebración, ejemplificando la alegría colectiva.
Otras regiones mantienen la tradición de las Locainas con gran arraigo cultural. En estados como Trujillo y Cojedes se observan las Parrandas de Locos y Locainas. Sus participantes recorren las calles usando atuendos extravagantes, manifestando la necesidad comunitaria de una expresión física del caos.
La vitalidad de estas manifestaciones regionales, desde Los Zaragozas hasta El Baile del Mono, subraya la profunda identidad folklórica de estas zonas. La comunidad requiere esta expresión física y comunitaria del caos para poder restablecer el orden social y renovar la esperanza en el ciclo que se avecina.
elnacional
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