Una misión topográfica en 1933 y 549 aviones estrellados allí durante la segunda guerra mundial dejaron enseñanzas. Hoy los aviones pueden superar el desafío, pero sigue siendo mejor bordear que atravesar esa parte del mundo.
La cordillera del Himalaya, hogar del Everest, el punto más alto del planeta, y de otros de los picos más elevados –como los montes Kanchenjunga y K2–, es una zona temida por los pilotos de aviones del mundo. No porque las aeronaves no puedan sobrevolar los picos: La altitud de vuelo crucero es entre los 10.500 y 12.000 metros de altura.
Hay otras razones que explican por qué actualmente ninguna aerolínea cruza directamente la cadena montañosa. Prefieren elegir rutas que la rodeen.
Para entenderlo se debe retroceder muchos años en la historia, hasta la primavera de 1933, cuando dos biplanos -un Westland Wallace y un Westland PV3- traquetearon a través de las nubes y lograron sobrevolar el Everest. Era una delegación de topógrafos y científicos británicos encabezada por Sir Douglas Hamilton, duque de Escocia, tal como relata Calcalist.
El objetivo no era batir un récord, sino simplemente obtener más información sobre el Everest. En aquellos años no se conocía su verdadera altura y jamás había sido escalado hasta su cima.
El grupo encabezado por Hamilton estaba diseñado para mapear el área y tomar fotografías aéreas de cercanía de la montaña por primera vez en la historia. De más está decir que una vez que se sobrevuela el Himalaya, ningún aterrizaje en avión es posible. Sí o sí hay que lograr salir.
Fuertes vientos comenzaron a golpear los aviones del grupo. En un momento, una corriente aire arrastró una de las aeronaves a 1.500 pies hacia el suelo y luego otra ráfaga la movió de lado con violencia. Hamilton y sus acompañantes tuvieron suerte y regresaron sanos y salvos, pero con una conclusión: no se debía sobrevolar el Himalaya. Cuanto menos, no era recomendable hacerlo.
Hubo otros vuelos científicos que buscaron lo mismo, mapear la zona y especialmente al Everest. El Himalaya solo era visitado por algunos pocos aviones de topógrafos y aventureros, entre los cuales hubo algunos accidente mortales, hasta que 9 años después de la aventura de Hamilton cientos y cientos de aviones empezaron a verse entre los picos más altos de la tierra. La Segunda Guerra Mundial había comenzado.
Para 1941, el Japón imperial, aliado de Alemania en El Eje, dominaba el sudeste asiático, compuesto principalmente por pequeñas islas, y lo disputaba con China. La zona era muy vigilada por submarinos y aviones japoneses que custodiaban todos los canales y pasajes de acceso. A Estados Unidos le era imposible enviar tropas y equipos por mar.
EEUU sabía muy bien que si no mantenía a Japón ocupado luchando en el sudeste asiático, tendría muchas más tropas disponibles para ubicar en las islas del Pacífico y realizar ataques a mayor escala.
Así fue como los Aliados idearon un plan complejo: debían armar a las fuerzas del Ejercito Libre Chino para lograr expulsar a las fuerzas japonesas de esa región y así obtener ese territorio como base de despegue de operaciones de largo alcance. Así podrían bombardear Japón directamente.
Para hacerlo sólo podían enviar tropas y equipamiento a través del cielo. El punto de partida fue en la India -que estaba bajo control británico-, el destino era Kunming, al suroeste de China. Ambos puntos estaban separadas nada mas ni nada menos que por 2.300 kilómetros del Himalaya.
Aviones de carga medianos como el legendario Douglas C-47 Skytrain o “Dakota”, el Curtiss Commando y el Beechcraft C-45 Expeditor comenzaron a volar en línea recta entre la India y la China desde la primavera de 1942 hasta finales de 1945. Cualquier percance que ocurriese en vuelo era una muerte asegurada. No había forma de realizar un aterrizaje de emergencia; los pilotos rezaban para que sus aviones no fueran alcanzadas por remolinos o ráfagas de viento fuertes y repentinas, que aparecían de la nada. Los comandantes de aquellos vuelos bromeaban con que cruzar el Himalaya era poner a dieta a los aviones, pues despegaban enteros y aterrizaban con varias piezas menos.
Más allá de las bromas que se hacían ante la posible vecindad de la muerte, muchos aviones se estrellaron en estas misiones. Algunos por su peso, pues iban cargados al máximo y eran succionados por ráfagas de las que no podían salir, terminando estrellados en las laderas. Otros realizaban vuelos a baja altura, para evitar los remolinos y vientos más fuertes, pero no maniobraban lo suficientemente rápido para evitar convertirse en una parte eterna del paisaje.
Prácticamente todos los accidentes terminaron en muerte. Incluso si algún soldado lograba sobrevivir al impacto, era imposible encontrarlos y rescatarlos a tiempo en el corazón del Himalaya, con temperaturas que pueden llegar fácilmente a los 15 grados bajo cero.
Los pilotos le dieron un nuevo apodo a la ruta. “El Sendero Luminoso”, porque en el camino podían verse pequeños destellos en la montaña a medida que los aviones avanzaban. Eran las aeronaves estrelladas de sus compañeros.
En cerca de tres años, 549 aviones se perdieron en esta operación y 1.659 personas murieron. Pero se transfirieron a China unas 660.000 toneladas de armamento, equipos y medicinas. Los japoneses fueron obligados a seguir peleando en ese frente, hasta la derrota en 1945.
Estos problemas fueron ampliamente superados por la aeronáutica. Hoy en día los aviones a reacción avanzados pueden navegar a una altura desde la que apenas se ven las montañas, el GPS evita errores de navegación, las mejoras en la formación de los pilotos permiten una excelente operación de emergencias y la presurización del fuselaje permite respirar a esas alturas sin problemas.
¿Por qué entonces los aviones comerciales circundan el Himalaya y no lo atraviesan en línea recta? La respuesta es: por razones de seguridad de los pasajeros y la tripulación. Si bien los aviones modernos son capaces de sobrevolar cualquier montaña, incluido el Everest, los vuelos se trazan en rutas donde el avión pueda descender a los 3.000, altura en la cual el ser humano puede respirar sin la necesidad de la compresión artificial.
A los 3.000 metros en esa parte del planeta no hay más que cientos de montañas. La altura de seguridad mínima necesaria es mucho más baja que un buen número de los picos del Himalaya. Además, un vuelo sobre la cadena montañosa es más costoso para las compañías. Ya que es normal que las ráfagas desprendan alguna parte del avión, lo que implica costos de reparaciones y tiempo en que un avión está en el taller. Lo cual repercutiría también en el valor de los pasajes.
Por esas razones, sobrevolar el Himalaya no sólo es arriesgado, sino también más caro que bordearlo. Pero existen empresas turísticas que ofrecen vuelos cercanos al Everest en áreas donde los vórtices de viento no son fatales. No son nada baratos: un pasaje por un recorrido de una hora cuesta unos USD 300 por persona. Y un paseo en helicóptero, cerca de mil dólares. Y una cierta dosis de coraje, aunque no tanta como la que en 1933 tuvieron Hamilton y sus acompañantes, y en la guerra centenares y centenares de pilotos.
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Con información de Infobae