En una ceremonia desde el Vaticano, oficializaron el ascenso a los altares del médico de los pobres y de la fundadora de las Siervas de Jesús de Venezuela
El Papa León XIV declaró santos a José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles este 19 de octubre. Se trata de los primeros venezolanos que alcanzan este reconocimiento en la historia.
En una ceremonia desde el Vaticano, oficializaron el ascenso a los altares del médico de los pobres y de la fundadora de las Siervas de Jesús.
La plaza de San Pedro estuvo repleta de fieles, que siguieron de cerca la misa, en la que destacaron la labor de Hernández, Rendiles y los otros beatos que también pasaron a ser santos:
Ignacio Maloyan (Obispo y mártir en el genocidio armenio).
Peter To Rot (Laico catequista y mártir de Papúa Nueva Guinea).
Vincenza Maria Poloni (Fundadora de las Hermanas de la Misericordia de Verona, Italia).
María Troncatti (Monja profesa de la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora, Italia).
Bartolo Longo (Laico italiano, ex-sacerdote satánico convertido en apóstol del rosario y fundador del Santuario de la Virgen del Rosario de Pompeya).
Los primeros santos venezolanos
Con la canonización de José Gregorio Hernández y la madre Carmen Rendiles, Venezuela no solo suma dos figuras a los altares del catolicismo, sino que actualiza símbolos profundamente arraigados en su identidad colectiva.
Aunque pertenecieron a contextos históricos distintos, ambos representan un modelo de entrega, sacrificio y servicio que trasciende lo religioso para instalarse en el imaginario popular como referentes de esperanza en medio de la adversidad.
Nacido en 1864 en Isnotú, estado Trujillo, José Gregorio Hernández dedicó su vida a la medicina y a la formación académica. Pero fue su vocación de servicio hacia los más pobres lo que lo convirtió en leyenda.
Conocido como “el médico de los pobres”, atendía gratuitamente a quienes no podían pagar una consulta y distribuía medicinas de su propio bolsillo. Tras su muerte en 1919, atropellado en Caracas, su fama de santidad creció de forma espontánea entre el pueblo venezolano. Incluso mucho antes de recibir reconocimiento oficial de la Iglesia. Su imagen aparece en hospitales, taxis, ventanas y altares improvisados en hogares de todo el país. Y acompaña a los venezolanos de la diáspora.
A lo largo de décadas, su figura ha sido invocada en crisis nacionales, epidemias y momentos de falta generalizada de recursos, lo que lo consolida como un intercesor popular capaz de unir a creyentes y no creyentes.
Por su parte, la ahora santa Carmen Rendiles, nacida en 1903 en Caracas, fundó la Congregación Siervas de Jesús, dedicada a la educación y al acompañamiento espiritual. A pesar de haber perdido un brazo desde niña, su discapacidad nunca fue obstáculo para liderar obras sociales y comunitarias de gran impacto.
A diferencia de figuras públicas o carismáticas, Rendiles ejerció su liderazgo desde la discreción y la constancia silenciosa. Fue maestra, guía espiritual y administradora de obras sociales sin protagonismo, pero con firmeza y alegría. Su vida inspira por lo que representa: la capacidad de convertir la fragilidad en fortaleza, la dificultad en testimonio.
La proclamación de ambos santos ocurre en un país que vive una de las peores crisis de su historia, con heridas políticas abiertas y una población golpeada por la pobreza y el desarraigo. Sin embargo, tanto Hernández como Rendiles representan figuras capaces de reunir voluntades más allá de cualquier ideología.
Más que un acontecimiento litúrgico, su canonización constituye una oportunidad para que la nación venezolana reencuentre en su propia historia ejemplos de humanidad y reconciliación.