Tu cerebro no está hecho para hacerte feliz, sino para mantenerte a salvo. Esa es la razón por la que un insulto puede quedarse grabado durante años, mientras que un elogio tiende a desaparecer en cuestión de semanas.
De acuerdo con especialistas en neurociencia cognitiva, las emociones negativas activan una respuesta neuronal más intensa que las positivas. Este mecanismo, conocido como “sesgo de negatividad”, tiene raíces evolutivas: nuestros antepasados necesitaban recordar los peligros, un depredador, una traición, una amenaza, para sobrevivir.
En cambio, los cumplidos o los momentos agradables se interpretan como señales de seguridad. Por eso, el cerebro los procesa con menos urgencia y no los almacena con la misma fuerza. En la práctica, una crítica puede resonar durante 20 años, mientras que la mayoría de los elogios se desvanecen en un mes.
Estudios recientes del Instituto de Neurociencias de la Universidad de Ámsterdam señalan que las palabras negativas activan el sistema límbico, la región encargada de las emociones y la memoria, de manera más duradera. En cambio, los halagos generan una reacción breve, comparable a un destello.
Sin embargo, los expertos coinciden en que este patrón puede modificarse. A través de la práctica de la gratitud, la meditación o el refuerzo positivo, es posible entrenar al cerebro para dar más peso a las experiencias agradables. “No se trata de ignorar lo malo, sino de equilibrar la balanza”, explicó la psicóloga cognitiva María del Sol Hernández, consultada por Infobae Ciencia.
En definitiva, aunque el cerebro esté programado para recordar más el dolor que el placer, podemos enseñarle a valorar lo bueno con la misma intensidad. Después de todo, también la resiliencia es una forma de memoria.
NAM/Agencias
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