Por Janina Pérez Arias
Pocas veces hemos sido testigos en una arena internacional de la presentación de historias que tengan que ver con Venezuela. Aún es de noche en Caracas, de Mariana Rondón y Marité Ugás, basada en el celebrado libro de Karina Sainz Borgo (La hija de la española, 2019), se ha encargado de romper esa ausencia, arribando por todo lo alto a la Mostra de Venecia de la mano de su productor, Édgar Ramírez.
Este es un proyecto hacia el cual Ramírez profesa respeto, amor, apego. Tanto así que hace un año, cuando ya la película estaba en proceso de edición, no develó que su productora Absolute Artists, con sede en Los Ángeles, estaba detrás de la producción junto con los mexicanos de Redrum (Pedro Páramo, Bardo, Narcos: México).
En la esfera de «se vienen cositas», el actor venezolano activo en la cinematografía internacional dice de su actividad detrás de las cámaras: “Yo trabajo en silencio como un monje. Estoy produciendo, ya te irás enterando, pero no me gusta estar creando alharaca”, sonreía casi mordiéndose la lengua.
“Soy de San Cristóbal, de la montaña, por eso trabajo callado la boca, tranquilo”. Describe así Edgar Ramírez su mutismo genético para ilustrar sobre ese proceso natural que le ha llevado a incursionar en la producción, trabajo que inició con títulos como Libertador o Desde allá. “Yo creo en el crecimiento lento y sólido, en ir creando las bases para las cosas. Luego uno va juntando, va juntando energía”.
Precisamente con esa energía llega al Lido de Venecia, a pocas horas del estreno mundial de Aún es de noche en Caracas. Se muestra emocionado, más que satisfecho con el resultado de la película que se dispone a ser mostrada al mundo y presto a acompañarla en su camino junto con las directoras, la autora y los actores Natalia Reyes y Moisés Angola, presentes en la Mostra.
Sorbiendo un café, se toma uno segundos para dilucidar si los nervios del productor difieren de los que le atacan al actor.
“¡Ay, no lo había pensado!, pero ¿sabes qué pasa? Que cuando eres productor estás tan ocupado que no tienes tiempo de sentir ninguna mariposa en el estómago”, se ríe. “Estoy aquí contigo, pero a la vez estoy chequeando lo de los tickets (del estreno de la película), la fiesta, el otro festival (el de Toronto, donde fue seleccionado el filme), el agente de ventas… Estoy tan ocupado que no tengo tiempo ni siquiera de estar nervioso. Creo que esa es la principal diferencia”.
—¿Cómo llegó a convertirse en productor de Aún es de noche en Caracas?
—Leopoldo Guout, un amigo mexicano, productor y artista, me llamó un día de 2019. Yo estaba en París filmando una película, y me dice: «Mira, Édgar, hay un libro impresionante de una escritora venezolana, Karina Sainz Borgo, que se llama La hija de la española. El libro es un suceso, un batacazo, se tradujo a más de 20 idiomas para una primera novela, ha ganado todos los premios…”. Estaba yo en mil cosas, y él me volvía a llamar: «¿Ya te leíste el libro?», y yo que no. Leopoldo me insiste, entonces, le cuento a Diego Arroyo Gil, y me dice: «¡Ese libro es increíble, es de lo mejor que se ha escrito en los últimos años, no solo desde Venezuela, sino en lengua castellana. ¡Vas tarde, leételo ya!». Yo, que tengo déficit de atención, me leí el libro en un día y medio, no pude parar. Ahí me dio un ataque de pánico. ¿Cómo es posible que yo no me lo haya leído hace un mes y medio? (se ríe) ¿Cómo hacemos con los derechos?
Esa misma semana me reuní con Karina por Zoom, supuestamente iba a ser por media hora, pero estuvimos conversando como dos horas. Fue tan intenso que todavía los dos creemos que nos vimos realmente en Londres o que nos vimos en Madrid.
Siempre había querido trabajar con Mariana (Rondón) y Marité (Ugás). Somos amigos desde hace muchos años. Al proponerlas a nuestro socio mexicano de Redrum, ellos también las habían pensado para la adaptación y para dirigirla. Entonces fue perfecto y superfácil.
—Una cosa es meterse con un material que no tiene nada que ver contigo. Pero esta es la historia de su país, de muchas personas que conoce y que implican mucho sufrimiento. ¿Cómo fue manejar ese cúmulo de sensaciones y emociones como productor y asumir un pequeño rol en la película?
—Desde hace años estaba tratando de encontrar una historia que pudiese hablar de la tragedia venezolana, de lo que hemos vivido en los últimos 25 años, pero que pusiera el foco en el drama humano, en las víctimas y no en los victimarios. Que de alguna manera tratara de gestos cotidianos, de dignidad, porque al final es una historia donde la protagonista, Adelaida, lo pierde todo. De pronto se levanta y se da cuenta de que el mundo como lo conocía ha desaparecido, se va desintegrando, que no tiene un espacio en su país y que este la empuja hacia fuera.
Para los más de 8 millones de venezolanos en la diáspora, es una historia que todos conocemos, que todos hemos vivido en mayor o menor intensidad, pero también es la historia de muchísimos otros países, y para mí esa cualidad universal era importante.
No se trata solo de Venezuela, se trata del derecho a existir en un mundo que ya no te acepta, en el que todo se ha vuelto siniestro, en el que tú ya no te reconoces. Es una historia que habla del desplazamiento interno, de la pérdida de identidad, que son temas que están completamente a la orden del día para muchas personas en el mundo con el exilio, la emigración, el desplazamiento universal, y nosotros teniendo la crisis de desplazados más grande del planeta en este momento. Por eso era importante encontrar una historia que pudiera hablar de ello desde una perspectiva profundamente humana.
—Escribió en su cuenta de Instagram que tenía una necesidad tan profunda de contar esta historia casi como la necesidad de respirar. Sin embargo, cuando está en una situación tan fuerte como esta, se produce una parálisis y son los novelistas, los cineastas, como los trovadores antiguos, quienes siguen contando las grandes desgracias.
—Creo que hay una especie de entumecimiento que viene de la sobre información mezclada con la desinformación y con el exceso de imágenes, pero por otro lado también es un vehículo democratizador para contar tus experiencias. Yo creo que al final esta película también es sobre la memoria, sobre la reconstrucción de la memoria, que es importante para poder seguir adelante. Para mí era muy importante que esta película fuese también un vehículo artístico, que se centrara en lo íntimo; obviamente si la película se politiza, eso es otra historia, pero no es la intención. La nuestra fue profundamente artística, contar una historia que es profundamente personal para todos los venezolanos que estamos involucrados allí, pero que puede ser profundamente personal para cualquier persona del mundo que haya visto su mundo desaparecer y enrarecerse.
Freud dijo que lo siniestro se produce cuando lo familiar o cotidiano se enrarece, y eso es una cosa que la película describe muy bien; cómo nosotros de pronto nos dejamos de reconocer en el país de donde venimos, que lamentablemente es una situación por la que hemos pasado millones de venezolanos en los últimos 25 años.
—Luego están quienes preguntan si lo que se le cuenta es verdad. ¿Cómo asume esa incredulidad después de todos estos años?
—Ya no es mi problema. Tocas un punto muy interesante porque los venezolanos, justamente por allí en 2017 y 2018, nos sentimos muy solos en el mundo, parecía que nadie creía que estaba pasando lo que nos estaba pasando. Primero y principal, eso viene pasando desde hace dos décadas y pasó ante la mirada de todos, especialmente en América Latina. Entonces, ahora es un problema para todo el mundo porque es completamente obvio, pero la tragedia venezolana se fue confeccionando poco a poco y fue sucediendo delante de los ojos de todo el continente. Todo el mundo lo estaba viendo. Entonces, que nadie se sorprenda de hasta dónde ha llegado esto. Y en relación con, de nuevo, la incredulidad, ya no es mi problema. La información está allí, las imágenes están allí. Si tú te quieres dar cuenta, te quieres dar cuenta.
En ese sentido Aún es de noche en Caracas no es una película de denuncia, ni de protesta, tampoco es una película elitista, sino un vehículo artístico; si termina moviendo tu alma, si termina despertando tu conciencia, si termina despertando tu curiosidad y quieres saber más sobre lo que está pasando en Venezuela, si quieres entender más sobre lo que significa perder tu país, entonces, enhorabuena, la película logró el cometido de lo que espero. Es el cometido del buen arte: hacerte sentir, reflexionar, abrirte la mente y la curiosidad.
Como artistas tenemos que contar historias que nos muevan, no es nuestra responsabilidad que los demás salgan de su ceguera o de sus prejuicios. Yo no estoy para quitarle las gringolas a nadie, no es mi objetivo en la vida hacerle ver a la gente lo que quizás no quiere ver o de lo que no se quiere enterar.
—¿Qué piensa sobre el debate de si el cine es o no político, de si un actor o director tienen que opinar de la actualidad política?
—¡Todo es un acto político! Vamos a estar claros, pareciera una contradicción, pero obviamente todo lo que hacemos en la vida es un acto político. En realidad, la política es la ciencia social más alta que existe, en mi opinión. Cuando en tu edificio se rompe una tubería y los vecinos se reúnen a ver cómo lo solucionan, eso es un acto político. Incluso ser apolítico es una posición política. No estamos exentos de eso. Lo que para mí es importante, pero esto no es un juicio de valor, sino mi observación y mi verdad, es que yo me expreso políticamente a través de mí. No necesito expresarme políticamente a través del trabajo que hago. Mi trabajo no necesita coincidir con mis opiniones políticas. Yo soy un agente y un ente político por mí mismo.
Que esta película o que muchas otras películas en las que he participado tengan un trasfondo político y puedan politizarse, eso es otra historia, pero no es la intención. No es la intención ni la razón por la que las hago. Aún es de noche en Caracas pudo haber sucedido en Alemania en los años 30, en Ruanda, en los Balcanes, en la Bosnia de los 90, en el Irán de finales de los 70, en Ucrania. Es una historia universal que a mí me permite también trabajar una herida, y eso es una bendición. Esta novela me impacta por su eficacia como vehículo narrativo, es una gran novela que merecía una película y resulta que es sobre mi país. Entonces, me permite a mí trabajar una herida, hacer una inspección, una exploración de la memoria, del dolor y trauma colectivo, pero a través de lo íntimo.
—El estreno mundial de Aún es de noche en Caracas coincide con un enfrentamiento entre el gobierno venezolano y el estadounidense. ¿En qué medida beneficia o perjudica a la película esa situación?
—Espero que la película mueva y conmueva a la gente. Todos necesitamos y deseamos salir del ciclo de violencia, de familias rotas, de tanto dolor, en algún momento tiene que parar toda la violencia y tiene que parar todo el dolor. Espero también que pueda servir para reconciliarnos porque incluso los opresores son oprimidos.
Al final lo que hacen los sistemas totalitarios es invadir cada espacio de tu vida poniendo a todo el mundo en contra para que el totalitarismo pueda dominar. La idea es despojarte de todo, hasta lo íntimo, incluso de nuestra dignidad, que es el único espacio, la única habitación que no han podido invadir. La pequeña llama de dignidad intentamos que no se apague en cada uno de nosotros.
—Está en el centro del escrutinio público, ¿cómo lleva mantener claridad en sus argumentos, escoger las palabras idóneas?
—(Reflexiona) No sé cómo responder. Para mí es muy importante tener claro hacia dónde voy y en dónde estoy parado. Desde hace años el tema venezolano no es un tema de diatriba política, sino de un régimen totalitario contra un pueblo cuyos derechos están siendo violados constantemente. Entonces, ya no es una historia de izquierda y derecha, eso no existe, eso lo pasamos hace muchísimos años ya. Es un régimen que ha invadido todos los aspectos de nuestras vidas. Es complicado. Ya lo decían los griegos antiguos, la pena capital no era la muerte, sino el exilio. El exilio te vuelve como una especie de zombie emocional; pasan cosas preciosas pero siempre hay un sistema de nubes que a veces se abre y entra el sol y se vuelve a encapotar, y se pone muy negro. Caminar por la vida cuando has sido obligado a no estar en tu país es una pena que llevas.
Hace años le decía a un chico que me escribió por Instagram que donde quiera que estemos tenemos que tratar de que esté Venezuela, e intentar que el país siga creciendo dentro de nosotros, que siga desarrollándose. Creo que eso está sucediendo, el país se sigue desarrollando en cada uno de nosotros, es la mejor manera de poder sobrellevar esa herida que produce el exilio, de no poder estar en el lugar donde queremos estar.
—Después de Venecia, la película se presentará en el Festival de Toronto. ¿Qué espera del recorrido?
—Estoy súper contento. Yo espero el mejor recorrido, el cielo es el límite. Estamos muy contentos y conmovidos de que arrancamos con tan buen pie en el Festival de Venecia en Spotlight, una de las secciones además más interesantes y mejor curadas, con solo 10 películas de todo el mundo que exploran nuevas formas de hacer cine. Obviamente que como productor y como cineasta me emociona mucho. De aquí ir a Toronto y tener nuestra premier en Norteamérica en otro de los cinco principales festivales del mundo es una maravilla. Y luego están otros festivales a los que iremos, como el de Morelia para el estreno en América Latina. Es una belleza estar rodeado de toda la gente, que vayan a ver tu película y que les guste.
elnacional
Recuerda seguirnos en nuestra NUEVA CUENTA INSTAGRAM , TIKTOK Y WHATSAPP