Hace 93 millones de años, extraños tiburones ‘alados’ nadaban en las aguas del Golfo de México. Al igual que las mantarrayas, estos tiburones águila se caracterizaban por tener aletas pectorales extremadamente largas y delgadas que recuerdan a las alas. El ejemplar estudiado medía 1,65 metros de largo y 1,90 metros de envergadura. Su descripción ha sido publicada este jueves en la revista «Science».
La nueva especie, denominada Aquilolamna milarcae, tenía una aleta caudal con un lóbulo superior bien desarrollado, típico de la mayoría de los tiburones pelágicos, como el tiburón ballena y el tiburón tigre. Estas características anatómicas, combinadas con sus afiladas aletas pectorales, le conferían un aspecto quimérico que combina tiburones y rayas.
Con su boca grande y supuestos dientes muy pequeños, debió alimentarse de plancton, según el equipo de investigación internacional liderado por Romain Vullo del Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS) en Francia, equivalente al CSIC en España. Los fósiles indican que era un nadador relativamente lento, usando tanto sus largas aletas pectorales como su cola para deslizarse por el agua mientras recogía el plancton suspendido con su gran boca abierta.
Los científicos han identificado solo una categoría de grandes alimentadores de plancton en los mares del Cretácico hasta ahora: un grupo de grandes peces óseos (pachycormidae), que ahora está extinto. Gracias a este descubrimiento, ahora saben que un segundo grupo, los tiburones águila, también estuvo presente.
El espécimen completo fue encontrado en 2012 en Vallecillo (México). Según los investigadores, este sitio, ya famoso por sus numerosos fósiles de amonitas, peces óseos y otros reptiles marinos, es muy útil para documentar la evolución de los animales oceánicos.
Además de arrojar luz sobre la estructura de los ecosistemas marinos del Cretácico, el descubrimiento de los tiburones águila revela una nueva faceta, hasta ahora insospechada, de la historia evolutiva de los tiburones.
ABC