El país beisbolero está de fiesta. Él está vivo, goza de salud y es feliz en la grata compañía de sus seres queridos, principalmente sus nietos, que son su adoración y sus perritos que son como sus otros hijos. Sigue siendo el número uno, tras jurarle a su padre y al mundo “no ser el segundo de nadie” y así ha sido y será.
Se trata de Luis Ernesto Aparicio Montiel, único venezolano miembro del Salón de la Fama de las Grandes Ligas, templo de los inmortales al cual no llega cualquiera, ni siquiera siendo un brillante y destacado jugador, caso David Concepción, caso Andrés Galarraga, caso Bob Abreu, caso Omar Vizquel, quienes todos, con sus notables carreras, por un tema de injusticia o no, no han podido hacerle compañía a Aparicio, quien fue primero y jamás será segundo.
Nueve veces ganador del Guante de Oro como campocorto, creció bajo la influencia de otro inmortal “El Grande de Maracaibo” Luis Ernesto Aparicio Ortega, mentor, no solo en el terreno de juego, sino en la vida misma.
Cuando hizo consciencia de que el béisbol sería su vida y su modo de generar ingresos para ayudar a su familia humilde, en especial a su padre a modo de agradecimiento imperecedero, Aparicio se centró en un precepto: “El béisbol es mi trabajo”
“Si no ves lo que haces para vivir como un trabajo y lo asumes con responsabilidad y compromiso, no podrás tener éxito en esa actividad y el béisbol fue mi trabajo y eso significó, verlo más allá de un juego, de una diversión. Es un plus, cuando, ejecutando tu trabajo te diviertes, pero eso es otra cosa, para destacar en tu trabajo debes tener rectitud, disciplina, constancia y seriedad”.
No había ser más claro de sus objetivos que este venezolano. De poco hablar, de poco reír, hombre recio, serio, poco tocón, poco abrazón, de pocos gestos. Hombre circunspecto, pero con inmenso don de gente y con un gran legado, su intachable conducta y su inmejorable éxito en “su trabajo” el béisbol.
Así de sacrificado es el béisbol
Cuando el día 29 de abril de 1934, nace Aparicio Montiel, su padre no pudo disfrutar de ese único momento. Fue tres meses después, cuando arribó desde Santo Domingo, República Dominicana, donde prestaba servicios como pelotero importado, que conoció a su vástago, al mayor de sus hijos, Luis Ernesto.
Ahí se sentó el primer ejemplo que recibió Aparicio Montiel, justo con su nacimiento. Su padre estaba trabajando y no dejó de cumplir con su trabajo, ni siquiera para ver nacer a su hijo. Eso lo recibió Aparicio Montiel al momento de nacer. Ejemplos con testimonios, con hechos más que palabras.
En 1939, nuestro Hall de la Fama fue mascota del “Gavilanes” novena exitosa de la Liga Occidental que protagonizaba una encarnizada rivalidad con el “Pastora”.
De los pies a las manos
Sin saber que sus excelsas manos serían su principal herramienta humana con la cual desarrollaría una triunfante carrera, a Aparicio le gustó fue el fútbol y fue el primer deporte que, de niño, él practicó.
“Lo primero que jugué fue fútbol” le dijo a Augusto Cárdenas, periodista que escribió “Mi Historia” la hermosa autobiografía de Luis Aparicio Montiel, un libro exquisito con la vida y obra de este gran venezolano.
“Papá jugaba fútbol, yo vivía cerca de La Ciega y él siempre me llevaba de la mano hasta que un día me dieron una patada y dije: ‘esto no es para mí’ y no lo fue”.
Algo recordó Rafael Romero, primo de Aparicio Montiel: “Luis era rapidísimo y cuando se escapaba con el balón, le daban sus parados, por eso se llevó varios golpes”.
Una vez claro de que su pasión era el béisbol, siguió ese camino y fue un 18 de noviembre -por obra de la causalidad- que debutó cuando su padre, Luis «El Grande» simbólicamente le entregó su guante en medio de la multitud que presenciaba el choque entre Pastora vs Gavilanes en el mítico Estadio Olímpico de Maracaibo «Alejandro Borges» en lo que significó el punto de partida de la carrera prolija de este excelso.
Pero, Aparicio lo recuerda bien: «Eso no iba a ser el 18, porque ese juego estaba pautado era para el 17, pero el 17 cayó un aguacero y pospusieron el juego para el 18 (…) Papá lo que me dio a mí fue el bate, no fue el guante, yo debuté fue bateando, porque nosotros éramos visitantes». Aclarando así que lo del guante -que sí ocurrió- fue un acto simbólico, porque la primera herencia que recibió Aparicio Jr fue el bate.
Sus manos, eran la otra gran herramienta humana con la que Luis contaba para desarrollar su inmejorable carrera, pero en el béisbol.
Manos prolijas, velocidad pura, alcance único y fue quien devolvió y le puso su sello particular al robo de bases como jugada de nivel en la ofensiva dentro del béisbol.
Manos, piernas, inteligencia y picardía. Disciplina, constancia, seriedad y rectitud, son los valores sobre los cuales Aparicio Montiel se forjó y lo que le valió su merecido espacio en la galería de Cooperstown.
En Grandes Ligas
Fue firmado por los Medias Blancas de Chicago, donde desarrolló la mayor parte de su carrera. Debutó en 1956 con el club de la ciudad de los vientos, hasta ser cambiado en 1963 a los Orioles de Baltimore, equipo en el que participó por cuatro temporadas y donde conquistó su anillo de Serie Mundial, al quedar el Baltimore campeón.
En 1968 regresa a las Medias Blancas por dos zafras más hasta que en 1971 es transferido a los Medias Rojas de Boston donde completó sus 18 temporadas ininterrumpidas en Grandes Ligas.
Durante ese espacio, participó en 2.599 juegos, en 10.230 veces al bate, conectó 2.677 inatrapables, anotó 1.335 carreras –varias de ellas logradas tras robarse las almohadillas- conectó 394 dobles, 92 triples, 83 cuadrangulares e impulsó 791carreras. Recibió 736 bases por bolas, se ponchó 742 veces, robó 506 bases –de las cifras más altas en la historia del béisbol- y dejó un average vitalicio de .262.
Participó en ocho Juegos de Estrellas y jugó dos Series Mundiales.
En Venezuela
Aparicio fue un ídolo desde que se supo su calidad. Pero, una vez desaparecida la Liga Occidental y con ella sus eternos “Gavilanes” Aparicio destacó con Tiburones de La Guaria, principalmente, aunque jugó una temporada con Leones del Caracas, Águilas del Zulia y Cardenales de Lara.
En total fueron 13 temporadas las que jugó en Venezuela; la de su debut, en 1953 con el Gavilanes, la temporada 54-55 con los Leones del Caracas, luego seis años corridos con los Tiburones de La Guaira, dos años con Águilas del Zulia, dos más con el Cardenales de Lara y cerró su última campaña con las Águilas.
La exaltación
En aquellos días de 1984, la globalización que hoy tenemos, la tecnología virtual y las aplicaciones que dan a conocer los hechos en tiempo real, no existía, por tanto, la noticia de la consagración del ‘inmortal’ no se conoció de inmediato.
Pero, escuchar a Luis (Aparicio Montiel) contarlo es algo que para los pelos. Era el 11 de enero de 1984 cuando, en horas de la noche, en la casa de los Aparicio Llorente (Sonia Llorente, esposa de Luis Aparicio Montiel) esperaban con ansias las noticias sobre los exaltados a Cooperstown.
“Cuando escuchamos su nombre en Venezolana de Televisión, pegamos gritos y nos pusimos a llorar” contó Sonia a Arturo Cárdenas.
Pero, fueron sus familiares los primeros en enterarse de la hazaña conquistada, porque resulta que Luis, aún no lo sabía y la forma como lo supo fue aún más conmovedora.
Así lo narra Augusto Cárdenas en el libro de Aparicio: “Entonces comentarista de Radio Caracas Televisión, Aparicio viajaba por la autopista Regional del Centro, junto con su compañero de comentarios en el staff de RCTV, el periodista Carlitos González tras cumplir con la transmisión del juego entre Tiburones de La Guaira y Navegantes del Magallanes, en el estadio José Bernardo Pérez de Valencia”.
“Iba ansioso por la oscura autopista escuchando por radio el juego que se ventilaba en el estadio Universitario de Caracas entre los Tigres de Aragua y los Leones del Caracas, ahí fue que se enteró Luis de lo que ya toda Venezuela celebraba”.
El propio Aparicio se lo describió a Augusto Cárdenas: “De repente dejan de narrar el juego, pararon toda vaina y de pronto se escucha una música de fanfarria para dar la noticia. El narrador del Circuito Radiofónico de los Leones del Caracas, Delio Amado León, tomó la palabra y lo dijo: ‘Venezuela entera, ya tenemos un miembro en el Salón de la Fama’ al tiempo que los excitados aficionados, en el fragor del emocionante extraininng en el que se debatían sus conjuntos, entonaron a todo pulmón el Himno Nacional y un sonoro aplauso se dejó escuchar en el estadio capitalino”.
Abrumado, tratando de digerir la noticia más importante de su carrera, quedó en silencio, hasta que le soltó a su compañero, Carlitos González, quien iba al volante: “Ya tenéis un amigo en el Hall de la Fama”.
Y completa Aparicio en un recuerdo que jamás olvidará: “Llegamos a la parada de la Encrucijada y eso fue un escándalo”. Fue su primer contacto con la realidad, felicitaciones y vítores iban y venían. Los abrazos no paraban, las solicitudes de autógrafos se desbordaron.
Casualmente, coinciden en esa parada con el equipo Tiburones de La Guaira, cuyo autobús estaba aparcado en el lugar. El mánager de los escualos, el dominicano Oswaldo Virgil, le dirigió unas emotivas palabras de felicitación en un improvisado auditorio que rompió con una sonora ovación de reconocimiento.
Luis, quedó abrumado, guapeando para evitar irse en llanto: “Yo no me esperaba algo así, porque hasta los mesoneros y todos se levantaron a aplaudir”.
Lo vivido esa madrugada a las 12.00 de la media noche –relata Cárdenas en el libro- era apenas el abreboca de lo que estaba por venir.
Al otro día, al entrar al estadio Universitario de Caracas a cumplir con sus compromisos televisivos con la Liga, recibió una de las más grandes ovaciones de toda su vida, tal como lo cuenta el propio Aparicio: “Muchacho, cuando entré al estadio, eso sí fue emocionante…”.
Hoy, 12 de agosto de 2022, tras cumplirse un año más de la exaltación oficial, NAM trae al recuerdo estas anécdotas muy particulares e inolvidables en la vida de un venezolano que integra la lista de los más notables en la historia toda de este país.
Deseándole a Don Luis toda la buena vibra que le imprime su núcleo familiar y sus íntimas amistades –cómo le gusta a él estar- y que la salud lo acompañe siempre para seguirlo teniendo vivo y disfrutar de su presencia que enorgullece a todo un país por cuyas venas corre sangre beisbolera.
NAM/Ernesto Ríos Blanco
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