Una tarde del año 1987 Juan Jiménez, de cinco años, vio como un supuesto amigo de la familia, se llevó a su hermano a “comprar dulces”. Juan observó toda la escena, pero le dio pena ir a contarle a su madre pues estaba en ropa interior y había una visita en la casa. Tampoco le pareció extraño que Camilo Guzmán, se llevara pues él era un amigo del trabajo de su padrastro, quien era sargento de la Policía y la pareja sentimental de su madre.
Luego de una hora la madre se percató que Jhonatan, su hijo menor, ya no estaba. Luego de buscarlo por toda la casa y en el barrio Minuto de Dios, en Bogotá donde vivían, entendió que se habían robado a su hijo.
Inmediatamente, Ana llamó a su madre y a sus hermanos para contarles lo que estaba ocurriendo. Ellos le empezaron a hacer preguntas, pero ella no tenía ninguna respuesta, no sabía por dónde buscar ni qué hacer, pues su hijo había nacido en la casa y aún no le había sacado el registro civil. Ella temía poner el denuncio en la Policía por su pareja, quien era 30 años mayor y abusaba de ella.
Ese 25 de septiembre Ana sintió que le habían arrancado una parte de su vida. Cada año en esa fecha, hacía una oración anhelando que su hijo estuviera vivo, sano, y que algún día lo pudiera encontrar. Pero así como aumentaba su anhelo de encontrarlo, su vacío se hacía cada vez mayor.
La pista falsa
Siete años pasaron, cuando corría el año 1994, Camilo Guzmán reapareció. Llegó a la casa de Ana y le confesó que él se había llevado a su hijo por órdenes de su pareja. “Me vino a decir que al niño se lo habían llevado para Estados Unidos y que estaba bien, que él iba a estar mejor que conmigo, pues estaba con una familia adinerada”, recuerda su madre, sentada en la misma sala donde tuvo esa conversación.
“Yo tenía la ilusión de que algún día lo iba a ver, nunca me fui de la casa porque algún día iba a llegar mi hijo hecho un ‘bizcocho’”, asegura, mientras observa la pared donde tiene retratos de toda su familia. Los días pasaron y Ana se quedó en la misma vivienda y con el mismo número de teléfono esperando la llamada de su hijo.
En 2007, después de que le negaran la visa tres veces, Juan inició estudios de actuación y en poco tiempo logró participaciones importantes que le dieron la oportunidad de irse a Estados Unidos a seguir el anhelo de su corazón: buscar a su hermano.
Más de cuatro años pasaron y no encontraron ninguna pista. “Un día mi madre encontró un documento donde aparecía la cédula de Camilo y uno de sus apellidos. Esto era maravilloso, estaba más cerca de encontrar a la persona que se robó a mi hermano. Traté de encontrarlo con un investigador privado y con amigos míos que tenían conexiones a ver si podían ayudarme a encontrarlo con el número de la cédula, pero no logre nada. Un año después, en medio de la nada, empecé a buscar en Google y sin esperarlo encontré una foto de Camilo en Facebook”, narra Juan.
Sin embargo, al mirar su perfil Juan se dio cuenta de que hacía seis meses había muerto. “Quedé muy impactado porque él era la única persona que me podía dar información valiosa para encontrar a mi hermano”, recuerda.
Pero sus hijas aún estaban vivas. Así que Juan las contactó y con el objetivo de acercárseles les dijo que creía que él era hijo de Camilo, pues él aparecía en sus fotos del bautizo. Se reunió con una de ellas en Bogotá y ella recordó que su papá había llevado al niño a la casa y donde una de sus tías. La hija de Camilo también aseguró tener una foto con Jhonatan.
Con esta nueva revelación, Juan fue a la casa de la tía y ella le contó que Jhonatan había pasado allí una noche, pero que al día siguiente Camilo se lo volvió a llevar y nunca más supo de él. Incluso, la tía pensó en adoptarlo, pero no lo hizo porque no tenía registro civil.
El milagro
A mitad del 2018, inesperadamente, a Juan le llegó un correo electrónico de una compañía de ADN llamada ‘My Heritage’ que decía que les estaban dando unos kits de ADN a las personas que quisieran encontrar algún familiar. Juan les mandó la historia de su hermano, quedó seleccionado y le enviaron el kit.
Se hizo la prueba y ese día escuchó lo que él llama la voz de Dios. “Dentro de mí escuché esa voz que no es audible, ese pensamiento que no es tu mente, escuché la que ahora sé que es la voz de Dios que me dijo: Ahora solo vas a esperar porque en cualquier parte del mundo donde él esté, él se va a hacer la prueba en la misma compañía y te va a contactar”, cuenta Juan a sus 37 años.
Durante un año y medio no ocurrió nada nuevo, hasta el 2 de diciembre de 2019.
Ese día, Juan recibió un correo de la compañía que decía que le habían mandado un mensaje. Cuando Juan abrió el correo vio un mensaje en inglés que decía: “¡Oye! Soy John, de 34 años y actualmente vivo en Noruega. Fui adoptado en un orfanato en Colombia a la edad de cuatro años. No tengo familia conocida, lo cual es parte de la razón por la que tomé este examen… El resultado sugiere que eres mi medio hermano, tío o sobrino, así que a menos que tú también seas adoptado, ¡parece que estoy muy cerca de encontrar más información sobre lo que me pasó en Colombia en los años 80!”.
Aunque las edades y los nombres no concordaban, siguió hablando con este desconocido que decía ser su familiar. Empezaron a intercambiar fotos, en las que estaban juntos cuando eran pequeños y Jhonatan le dijo que tenía 34 años. Ahí cayó en cuenta de que era su hermano, el niño tierno, con el que jugaba fútbol cuando era pequeño y que había estado buscado por tantos años.
Jhonatan empezó a contarle más de su vida. Le dijo que lo habían adoptado en Colombia y que a su familia le habían dicho en el orfanato que a él lo encontraron tirado en la calle. “Él creció pensando que su mamá o su papá lo habían tirado a la calle, pero nunca supo que lo habían robado”, afirma Juan.
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