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jueves, 03 de julio del 2025
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Marcelo Morán: El legado de Rigoberto

Fue camionero, animador de tómbolas, bailador y primer concejal de Las Parcelas.  Fundó, además, un equipo de béisbol del que fue receptor.

Cuando comencé el bachillerato en 1971, apenas conocía de vista a Rigoberto Ordóñez. Él estudiaba ya desde 1969 en Maracaibo, en el liceo Baralt, porque en Mara  aún no había liceo.

Al poco tiempo de interactuar con sus hermanos menores, Otto e Hidalgo, que terminaron siendo mis compañeros de estudios en el liceo Creación El Moján, empecé a frecuentar su casa como si fuera una extensión de la mía. Incentivo que fue alimentando el inicio de una larga amistad que se ha extendido sin pausas por más de medio siglo. Al siguiente año se incorporaría Jhonny, quien sería el benjamín del grupo.

En 1972 Rigoberto se inscribió en nuestro liceo y continuó el tercer año; una vez terminado el período se despidió de la secundaria para dedicarse al trabajo a fin de ayudar a sus padres en la nada fácil tarea de sostener una cuota de doce hijos. Era un compromiso familiar tan grande como los desafíos que él se había trazado y que en ningún momento llegaron a flaquear.

Rigoberto siempre fue de contextura delgada, de mediana estatura y de andares precipitados que calzaban con su temperamento bonachón. Desde adolescente se caracterizó por su buen sentido del humor que se manifestaba en bromas con las cuales molestaba tanto la paciencia de vecinos como de sus propios familiares.

Una visita Inesperada

A finales de 1973 llegó a Las Parcelas la familia Aponte, liderada por Rafael Aponte Núñez, un político maracaibero que presidía para entonces la Asamblea Legislativa del estado Zulia, actual CLEZ, con la intención de conocer la comunidad. Aponte se acompañaba de sus hijos Frank y Rafito, quienes establecieron a partir de ese momento una sólida amistad con los Ordóñez, en especial con Rigoberto.

Las visitas se hicieron frecuentes y de esa manera un día, Frank y Rigoberto, se les ocurrió la idea de fundar “El centro social y deportivo Las Parcelas”, cuya figura recaía en un equipo de béisbol. Para que se escenificaran juegos de ese popular deporte había que contar con un terreno que tuviese una dimensión mínima de una hectárea, pero esa condición no se daba en la comunidad, ni siquiera existía una cancha para jugar a las bolas criollas. Fue entonces cuando Rigoberto intercedió ante su abuelo materno don Manuel Áñez, para que vendiera un terreno enmontado de tres hectáreas, ubicado al frente del callejón de Nerio González para la construcción del añorado estadio de béisbol.

El estadio se empezó a construir a finales de 1974 e inaugurado el 19 de marzo de 1975. “El centro social y deportivo Las Parcelas”, contó con toda la dotación que debía tener un equipo de béisbol  y Rigoberto, además de ser su fundador, fue el catcher regularUna responsabilidad difícil en teoría para un joven veinteañero, de mediana estatura y de contextura muy delgada, considerando que el patrón escogido para los receptores era siempre de individuos altos y corpulentos. Esa condición no amilanó nunca el desempeño de Rigoberto al punto de que en muchas ocasiones tuvo que soportar embestidas de jugadores robustos que se deslizaban con todas sus fuerzas en la goma para atropellarlo. Pero el receptor más flaco del béisbol, no perdía el aplomo y tampoco perdía la bola de su mascota para tranquilidad de su equipo y del público parcelero, que se deshacía entonces en aclamaciones. Él también celebraba su hazaña lanzando al aire un puñetazo de júbilo. Gesto con el que se identificaba siempre.

Otra característica del desempeño de Rigoberto como jugador, era que muy pocas veces le robaron bases. Se movía en su puesto con la agilidad de un gato montés y su brazo, era una suerte de fusil infalible para sacar en segunda o en tercera base al osado corredor. Muchas personas, incluso de otros equipos, admirados por las destrezas del jugador parcelero, llegaron a comentar cómo era posible que un catcher de su condición física tuviese tanta fuerza para reventar a tantos corredores veloces, como los fogosos peloteros de los equipos del Fuerte Mara con los cuales se había establecido una constante rivalidad. Pero al margen de esas virtudes, Rigoberto no era un bateador de gran consistencia, sin embargo aportaba sus hits a su equipo cuando era necesario, siendo además su principal animador.

A principios de 1975, Rigoberto, impulsado por su primo Baudilio Carrillo, quien era delegado en un sindicato en Maracaibo, que a la vez presidía el vecino Guillermo González, comienza a trabajar en la construcción de un edificio en el sector Juana de Ávila en Maracaibo. Si era una tarea ruda para un joven de complexión delgada ser el receptor de un equipo de béisbol, más difícil era remontar los pisos de aquella monumental construcción con baldes lleno de concreto. Reto que enfrentó y supero con disposición.

Guillermo González también reclutó una veintena de parceleros a fin de trabajar en la obra. Para movilizarlos, contrató los servicios de un camión 350 del también vecino Emilio Suárez.

Los viernes, al atardecer, regresaba Rigoberto a casa con su sobre de pago bien hinchado. Una parte la destinaba para la economía familiar y el resto para la parranda con sus hermanos y vecinos. Cuando se enteraba de que alguien iba a la cantina del “Último Tiro” mandaba decir, con su humor desaforado:

—Decile a Elías Chacín, que todas las cervezas que tenga en el refrigerador las aparte a mi nombre. Que nadie toque la rocola hasta que yo llegue.

Pero en lugar de ir a “El Último Tiro”, Rigoberto armaba el jolgorio junto con Baudilio y Emilio Suárez en el matapalo. Un árbol de formidable frondosidad que hacía las veces de plaza y estaba plantado a la entrada del poblado.  A ese llamado de Rigoberto tomábamos parte los miembros de la cuadrilla Ordóñez, encabezada por Hidalgo, Jhonny, Jesús Ferrer, los hermanos Alberto, Leonel González y Freddy Castillo.

También organizó allí muchas tómbolas en favor de vecinos así como la recolección de fondos para las fiestas patronales de la comunidad.

De esa manera Rigoberto propiciaba la sana distracción en un pueblo ávido de esparcimientos en la que una simple reunión de cumpleaños era motivo para encender una fiesta colectiva, donde él demostraba sus dotes de bailador al lado de las hermanas Carlota, Leyda y Juana Graterol, entrañables amigas, que se acompañaban siempre de Miguel, el constante sobrino, también excelente artista del baile.

A principio de 1978 empecé a cursar junto con Hidalgo y Jhonny los Estudios Generales en LUZ. En esa rutina conocimos al profesor Orángel Paz Castillo que daba la cátedra de matemáticas, y como nos unía el lazo de ser marenses, hicimos amistad en corto tiempo, de modo que no tardó en dispensarnos una visita dominguera acompañado de su cuñado el también profesor Alciro Rodríguez. Orángel traía una guitarra y empezaba a regalarnos canciones de su autoría como Laguna de luna y palmaLa portentosaLas camellasReina del Coquivacoa, entre otras, y los éxitos del Cantor del pueblo, Alí Primera.

Así transcurrieron varios mese hasta que un fin de semana el profesor Orángel nos sorprendió con la noticia de que iba a ser candidato a concejal por el partido MAS al ayuntamiento marense, y deseaba que fuera acompañado en esa empresa por un miembro de Las Parcelas. No hizo falta consenso para dirimir quién sería el suplente del profesor Orángel Paz. Por aclamación fue escogido Rigoberto. “Rigoberto concejal”, fue la consigna que empezó a pegarse desde ese instante como una canción.

La candidatura de Rigoberto a concejal se volvió una sorpresa y tuvo muy buena acogida en Las Parcelas al punto de que era recibido con ovaciones y parabienes en los contactos de casa en casa. Otros, extrañados, le preguntaban, cómo él siendo hijo del dirigente del partido Acción Democrática, Jesús Luis Ordóñez, optara por una parcialidad distinta.

Él, como si estuviera la respuesta preparada contestaba sin titubeo:

—En toda democracia hay pluralidad. ¿Por qué no puede haberla en Las Parcelas?

Cuando se oficializó la campaña electoral en Venezuela de 1978 los candidatos para optar a la presidencia de la república eran:

Luis Herrera Campins por COPEI, Luis Piñerúa Ordaz por Acción Democrática y José Vicente Rangel por el  MAS. En ese tiempo la figura de concejal se elegía igual que a los diputados y senadores con la tarjeta pequeña del cartón electoral.

Abriendo la campaña llegaron los afiches del profesor Orángel junto con los de Rigoberto, y de un día para otro, Las Parcelas y sus alrededores amanecieron pintados de naranja. No hubo postes, paredes de tiendas, cisternas de agua potable, o frontales de casas que se salvaran de aquella avalancha promocional. Incluso un tanque del acueducto, de cuarenta metros de altura, instalado a un lado del colegio y protegido por un temido panal de abejas africanas, amaneció un día resaltando en su corona el puño, símbolo del MAS, y sobre la base de este, la consigna que tenía patas arriba al vecindario: “Rigoberto concejal”.

Algunos dueños de establecimientos, sobre todo en Mara, donde se concentraba la mayoría de los negocios, quitaron los afiches, otros los conservaron cifrando esperanza en el futuro edil parcelero.

Para cerrar la campaña,  el profesor Orángel Paz trajo al dirigente masista Juvencio Pulgar, que era diputado al Congreso Nacional, acompañado del también parlamentario Adán Ánez Baptista. Rigoberto fue el encargado de animar el mitin, hasta ahora, el más concurrido en la historia de Las Parcelas.

Llegó el domingo 3 de diciembre, el día esperado para elegir al nuevo presidente de la república para el periodo 1978-1983. Las colas alrededor de las escuelas Blanca Rosa Urquiaga y Fuerte Mara se hicieron interminables. La mayoría eran electores movilizados por la maquinaria de Acción Democrática, porque COPEI no existía en Las Parcelas.

En las dos mesas del Blanca Rosa Urquiaga por primera vez ganaba una tarjeta distinta a la del partido del pueblo. Así mismo ocurrió en el colegio Fuerte Mara. Era una señal de que la fórmula del profesor Orángel Paz con Rigoberto Ordóñez había tenido buena acogida para formar parte de la cámara municipal en el período 1978-1983. Al cabo de una semana lo confirmó el mismo profesor al presentarse en el matapalo para celebrarlo.

Después de transcurrir seis meses, Rigoberto se incorporó como concejal a la cámara municipal del Distrito Mara donde tuvo una corta participación, pues desde hacía un año había gestionado una ruta comercial para distribuir productos lácteos con el empresario Rafael Lucidio Morillo, quien además era un próspero productor agropecuario de la zona. Al cabo de un año cedió el puesto a su compadre Néstor Chacín después de recibir una propuesta de la Cocacola para abrir una ruta en Las Parcelas. Rigoberto trabajó en la Cocacola hasta 1981, cuando un directivo de la línea Colectivos Campo Mara le presentara una oferta para conducir un autobús. Labor que cumplió  a cabalidad hasta 1995.

Rigoberto se casó en 1982 con la joven Carmen Colmenares, vecina de Las Parcelas, quien había nacido en el Campo Mara de la Shell en 1958 y de padres trujillanos.

De esa unión nacieron tres hijas: Enyury María, Geraldith Chinquiquira y Jerineth del Carmen Ordóñez Colmenares.

Rigoberto tiene tres nietos: Georgina María, María Isabel Escalona y David Emmanuel Ordóñez.

El próximo 22 de julio Rigoberto cumplirá 71 años. Goza de buena salud y el tiempo solo ha dejado huellas en su pelo encanecido. Cada lunes, frecuenta el estadio Aponte Núñez para llevar a su nieto David, de nueve años a las prácticas de fútbol donde forma parte del equipo sub-12 de UDELPA (Unión Deportivo Las Parcelas).

Para Rigoberto cada visita al estadio que ayudó a forjar hace cincuenta años es una postal que saca de su memoria para revivir sus mejores momentos como receptor de béisbol. Nunca ha dejado de sentir complacencia por su aporte a la nueva generación de parceleros que ha convertido ahora el terreno en un moderno campo de fútbol donde se forman decenas de niños que desean ser émulos de los goleadores de la Vino Tinto. Es su legado para Las Parcelas.

Los andares de Rigoberto ya no son precipitados y opta por sentarse cómodo para ver el juego que los chiquillos desarrollan en el campo. De pronto parece recobrar su antigua agilidad de gato montés, cuando se levanta eufórico para celebrar con un puñetazo al aire el primer gol del partido.

—¡Ese es  David, mi nieto! —grita orgulloso.

@marcelomoran

Fotos. Carmen Colmenares.

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