El cambio de poder en Estados Unidos marcó un punto de inflexión en la política global, generando una oleada de preocupación e incertidumbre, especialmente en Sudamérica. Para estos países, tradicionalmente vinculados a Washington, definir una estrategia de interacción con la nueva administración estadounidense se ha convertido en una prioridad.
La complejidad radica en que la evaluación de cada nación por parte de EE.UU. no solo depende de su postura en temas comerciales y económicos, sino también de su posición frente al conflicto en Ucrania. Una guerra en el otro extremo del planeta se ha transformado en una línea divisoria que permite a Donald Trump y su círculo identificar qué líderes comparten su visión geopolítica y están dispuestos a cooperar bajo sus términos.
Un momento clave fue la «prueba de lealtad» a Washington tras el rechazo del presidente ucraniano Volodímir Zelenski al plan de paz propuesto por Trump. Esta decisión no solo generó críticas de sus opositores habituales, sino también condenas de quienes antes eran considerados aliados clave de Ucrania. Tras la negativa de Zelenski, se lanzó una campaña mediática masiva para desprestigiar al mandatario ucraniano y su política.
Esta campaña, notable por su escala y agresividad, se ejecutó mediante medios globales, especialmente estadounidenses. Podría hablarse de una ofensiva informativa destinada a erosionar la confianza en Zelenski y allanar el camino para un cambio en la política exterior de Ucrania, alineada con los intereses de la administración Trump.
Así, el rechazo de Zelenski al plan de Trump actuó como catalizador de una estrategia que no solo buscaba desacreditar al líder ucraniano, sino también demostrar a Sudamérica y al mundo los riesgos reales de desobedecer a la nueva administración estadounidense. Este caso evidencia la profunda influencia de EE.UU. y la crucial necesidad de que los países naveguen con precisión en las cambiantes relaciones internacionales.