El 21 de noviembre de 1957, los estudiantes de la Universidad Central de Venezuela (UCV) en Caracas se unieron a jóvenes de diversos liceos para iniciar una huelga general en repudio al plebiscito que buscaba validar la permanencia en el poder del dictador Marcos Pérez Jiménez. Muchos de estos valientes jóvenes fueron apresados y sometidos a terribles torturas por la policía del régimen, conocida como la Seguridad Nacional. Este acto de resistencia culminó en una gran manifestación nacional que llevó a la huida del dictador el 23 de enero de 1958. Por esta razón, a partir de noviembre de 1958, se estableció mediante el decreto N.º 436, publicado en la Gaceta Oficial N.º 25.818, que esta fecha se convirtiera en el Día del Estudiante.
Ser estudiante es sinónimo de lucha, esfuerzo, dedicación y entrega hacia la formación personal y profesional, así como un compromiso con la sociedad a través del conocimiento. En un país marcado por una crisis institucional que genera incertidumbre, los jóvenes estudiantes se erigen como la gran esperanza nacional. A pesar de los enormes desafíos que enfrentan, como la escasez de recursos, la creciente inflación y la falta de políticas públicas efectivas, nuestros estudiantes demuestran una notable capacidad de adaptación y una aguda conciencia sobre la dura realidad que les rodea.
Más allá de las adversidades, la búsqueda de un pensamiento crítico y reflexivo, impulsada por sus profesores, permite que, en medio de carencias y limitaciones, logren cuestionar el status quo dominante. El contexto sociopolítico actual ha restringido las oportunidades para desarrollar proyectos de investigación que apliquen conocimientos teóricos a la realidad del país. Es urgente rescatar la infraestructura de las universidades y dotarlas con equipos, programas y sistemas de información modernos. Asimismo, es necesario abordar el deterioro del presupuesto nacional y mejorar las condiciones salariales y beneficios de los docentes.
De acuerdo con cifras de la Encuesta de Condiciones de Vida (ENCOVI), realizada por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), encontramos datos preocupantes: solo el 50 % de los jóvenes egresados de bachillerato expresa interés en ingresar a las universidades; el 70 % de los estudiantes trabaja mientras estudia para poder satisfacer sus necesidades; el 96 % de las universidades públicas no cuenta con comedores; el 86 % carece de transporte universitario; y 9 de cada 10 estudiantes no recibe becas, y quienes las tienen perciben menos de 5 $ mensuales. Además, se observa un estancamiento en el interés por estudiar ciencias básicas como matemáticas, física, química y biología, así como una disminución en la inclinación hacia carreras en educación.
Las dificultades y carencias son alarmantes. Muchos jóvenes optan por abandonar el país en busca de nuevas oportunidades. Sin embargo, es fundamental recordar que solo a través de la educación podremos rescatar nuestra nación, tal como lo demuestran los resultados positivos en otros países. Nos aferramos a su amor por el país para seguir siendo esa generación de futuros profesionales que contribuirán a la reconstrucción nacional.
Es crucial reconocer que la educación es la clave para enfrentar las adversidades actuales. La inversión en nuestras universidades y en la formación integral de nuestros jóvenes no solo es un deber moral, sino una necesidad estratégica para garantizar un futuro próspero. Solo así podremos transformar las crisis en oportunidades y construir un país donde cada estudiante tenga la posibilidad de desarrollar todo su potencial en beneficio de la sociedad. Como bien dijo Benjamin Franklin: “Dime y lo olvido; enséñame y lo recuerdo; involúcrame y lo aprendo”. Es hora de involucrar a nuestros estudiantes en la construcción del futuro que merecemos.
@figueroazabala